El gran secuestro de Mr. Heineken

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Rehenes de sí mismos

Nuestro comentario de la película protagonizada por Anthony Hopkins, Jim Sturgess, Sam Worthington y Mark van Eeuven. Un filme basado en una historia real.

El secuestro de Alfred Heineken, el multimillonario dueño de la famosa fábrica de cerveza, fue uno de los acontecimientos más importantes de la historia criminal de Holanda en el siglo 20.

Tan importante que esta es la segunda película sobre el tema, la anterior fue estrenada en 2011, con Rutger Hauer en el rol del empresario. Ahora, lo interpreta Anthony Hopkins, en clave de caballero inglés, que tal vez no sea lo más adecuado a la hora de recrear un espécimen de la alta burguesía continental.

La historia se basa en el libro del periodista de investigación de Peter de Vries y es dirigida por Daniel Alfredson, el realizador sueco conocido por la miniserie Millenium.

Alfredson es tremendamente eficaz para narrar las escenas de acción y para transmitir la tensión que se va generando entre los secuestradores. Un grupo de jóvenes emprendedores que ven derrumbarse su empresa y deciden pasar a la criminalidad.

Tal vez haya una cuestión ideológica de fondo, cierta conciencia de clase que en los artistas europeos suele ser más una manifestación de buenos modales que una verdadero compromiso revolucionario, pero la obvia simpatía del director hacia los secuestradores hace que el drama adquiera muchos más matices de los que tendría en caso de que la frontera entre el bien y el mal estuviera trazada con una línea recta.

Por suerte, tanto las condiciones materiales como la atmósfera familiar y psicológica que rodea a los secuestradores –en especial a los dos cabecillas Cor van Hout y Willem Holleeder (interpretados por Jim Sturgess y Sam Worthington)– son mostradas de manera lateral, en el curso del drama, y no subrayadas con trazos gruesos.

Tampoco la relación entre Heineken y los criminales durante las tres semanas que duró su cautiverio parece interesarle demasiado a Alfredson. Sólo lo justo y necesario para mostrar el temple, la inteligencia y el espíritu manipulador del empresario.

Lo que realmente le interesa es la mecánica del secuestro como acto criminal que transforma a un grupo de amigos en rehenes de sí mismos y de sus propias debilidades.