El gato con botas

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Frenética y aparatosa

El Gato entra a lo más parecido a un saloon que puede hallarse en la España del siglo XVIII (o XVII o XIX, o cuando sea que la película transcurre), se sienta a una mesa, les demuestra a los parroquianos que puede ser mil veces más rápido que ellos en el uso de la espada, los deja boquiabiertos y después recoge su copa y, en lugar de bajarse de un trago todo el jerez, le pega dos o tres velocísimos lambetones a la lechita que pidió. En sus primeras escenas, Gato con botas (por algún motivo, en castellano se estrena así, sin artículo) pinta para comedia de aventuras más o menos clásica, próxima tal vez a El Zorro (al fin y al cabo, quién le pone la voz al Gato si no Antonio Banderas) y con el protagonista como un Errol Flynn peludo, simpático y canalla. En el resto del recorrido, sin embargo, la primera entrega de la saga destinada a llenar el vacío (de dólares) que dejó la ausencia de Shrek va perdiendo esa identidad, para devenir una comedia de aventuras mucho más a tono con los tiempos del 3D. Esto es: más frenética que consistente, más pastichosa que coherente, más escrita que sentida, más aparatosa que eficaz. Pero –¡ojo!– ésa es sólo la opinión de este crítico, que a estar por las críticas del exterior juega este partido en franca minoría.

Que el personaje extirpado a Perrault pintaba para robarle el show al ogro se supo desde su primera aparición, en Shrek 2, cuando –gato ladino– para que tuvieran piedad de él se puso a actuar de pobre gatito, temblando y abriendo bien grandes sus ojos de animé, logrando ablandar así un corazón de piedra. Siempre con Antonio Banderas dándole un tono como de ceceoso hidalgo español, el atigrado felino de sombrero, espada y botas siguió robando cámara en las dos Shrek siguientes, poniendo a punto de caramelo su show solista. Aquí está ese show, sostenido por el habitual batallón de guionistas y con dirección de Chris Miller, hombre del riñón de Dreamworks, que ya había estado al frente de Shrek 3 (no confundir con su homónimo, director de la magnífica Lluvia de hamburguesas). Alguna aventura había que darle al personaje –espadachín avispado y seductor–para ponerlo en acción. Aquí es una con porotos mágicos, una gansa dorada y huevos de oro, que lo hará enfrentarse con la cimbreante gatita Kitty Patasuaves (voz de Salma Hayek), una pareja de brutos de pueblo (voces de Billy Bob Thornton y Amy Sedaris, en copias subtituladas), una gansa gigante (que se comporta como Godzilla con plumas), la cría de ésta y... Humpty Dumpty.

Sí, gracias al saqueo de literatura infantil que la serie Shrek autoriza, el huevo antropomórfico del que alguna vez se apropió Lewis Carroll es trasplantado aquí, no con buenos resultados. Para decirlo mal y pronto, despojado de la dialéctica de Alicia en el País de las Maravillas el huevo resulta un tipo bastante... No, no se hará ese juego de palabras, por demasiado obvio. Soso es un adjetivo posible, en todo caso. Hay una subtrama con flashbacks, en la que Gato y Humpty Dumpty eran amigos y uno traicionó a otro (o ambos entre sí), otra que cita a la habichuela gigante de otro clásico de la literatura para niños y una aventura que mezcla espacios, personajes y referencias. El resultado es el mish-mash habitual en los productos Dreamworks, con chistes que funcionan como inyecciones, personajes desarrollados más o menos a los apurones y mucho vértigo, cuestión de que nada de eso se note. Exhibida en copias 35 mm y 3D, Gato con botas representa un nuevo paso de gigante para el realismo antropomórfico ante el que parte de la animación contemporánea se rinde. Como si lo que se quisiera fuera disimular el carácter de dibujo animado que está en la naturaleza misma del... dibujo animado. Pero –otra vez la aclaración– recuérdese que todo esto no es más que la opinión minoritaria de un maldito aguafiestas.