El faro de las orcas

Crítica de Hernán Khatchadourian - Diario Popular

El Faro de las Orcas: conmovedora historia de vida

Basada en una serie de hechos reales ocurridos en la provincia de Chubit, esta co producción con España cuenta con una soberbia actuación de Joaquín Furriel y un gran trabajo de efectos especiales

Si de algo hay que estarle agradecido a Adrián Suar es de haber lanzado definitivamente a la fama a Joaquín Furriel con “Soy Gitano” que ya venía desarrollando una interesante carrera desde años anteriores. El talento interpretativo de este actor crece con cada película que hace y “El Faro de las Orcas” es una buena muestra de este argumento.

La película dirigida por Gerardo Olivares tiene su génesis en “La Puta y la Ballena”, un film de Luis Puenzo rodado en 2004 y que despertó el interés del productor José María Morales por la historia de Roberto “Beto” Bubas, un guardafauna al que conocieron en ese inhóspito lugar y que es autor de la novela en la que está inspirada el guión.

El proyecto tardó 12 años en materializarse hasta que Olivares –realizador de la premiada “14 kilómetros” sobre la inmigración africana- se hizo cargo contando con capitales españoles y argentinos.

La película está inspirada en hechos ocurridos en la localidad patagónica de Península Valdés (Chubut). Furriel interpreta a Beto, el guardafauna de Punta Norte cuya soledad es mitigada, cada tanto, por la llegada de orcas, y en especial con Shaka, con la que tiene una especial relación.

Hasta su casa llegan desde Madrid una mujer (Maribel Verdú) y su hijo autista (Joaquín Rapalini) que desde que vio a Beto interactuar en el mar con las orcas en un documental en TV busca conocerlo.

Si bien en un comienzo Beto se muestra un tanto reacio a recibir a los visitantes, con el correr de los días se va encariñando con el niño… y también con su madre. Sin embargo, los acontecimientos se precipitan de tal manera que la posibilidad de que Tristán mejore de su condición se ve lejana.

La película se presenta con un melodrama con todas las letras pero con el agregado de una maravillosa fotografía que convierte cada paisaje patagónico en algo épico y efectos especiales de última generación para las escenas en las que los actores “interactúan” con las orcas, que en realidad son animatronics.

Furriel se toma muy en serio su trabajo y no sólo rema, nada y realiza todas las tomas acuáticas sino que también se anima a andar a caballo, con lo que su interpretación se ve notablemente enriquecida.

Verdú y Rapalini también se llevan mucho mérito a la hora de otorgarle calidez y emoción a la historia, en tanto que Osvaldo Santoro realiza una serie de puntuales intervenciones que le agregan a la película el drama necesario para que el relato se mantenga vivo y no dependa sólo de las fantásticas tomas.