El corral

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Los extremos se unen
Un adolescente nerd y un rebelde se juntan para vengarse de sus compañeros de colegio.

¿Qué pasa cuando el nerd de la clase se hace íntimo amigo del rebelde del colegio? El corral es una posible respuesta a esa pregunta: al eterno atractivo de las historias de iniciación y de adolescentes perdedores, el formoseño Sebastián Caulier le agrega suspenso y termina consiguiendo una película inquietante.

En esa organización social propia que tienen los secundarios, Esteban Ayala (buen trabajo de Patricio Penna) es el clásico paria: pésimo en los deportes, miope, desgarbado, no tiene amigos y sueña con ser poeta. Ni siquiera en su propia familia lo registran. Un día, a su división se incorpora Gastón Pereira, tan marginal como él, pero por otros motivos: les responde mal a los profesores más temidos, no se afeita, no trata de agradar. Su exclusión de la sociedad colegial los une, y ellos deciden vengarse de todos sus compañeros, a quienes ven como ovejas que sólo se limitan a seguir el rebaño. La idea es agitar un poco el corral estudiantil.

Más allá de algunas escenas que abrazan el lugar común, Caulier logra retratar con sentido del humor, profundidad y bastante sutileza los vaivenes de esa relación: la fascinación del imberbe por su amigo, más desarrollado y con más mundo que él; la tensión sexual subyacente entre ambos; el manejo psicopático que uno ejerce sobre el otro. Ambientada en Formosa -una provincia ignorada por nuestro cine- en 1998, la película empieza con un tono liviano y poco a poco va oscureciéndose, hasta adentrarse por caminos insospechados. La no muy lograda voz en off de un narrador -el propio director- le resta potencia, pero eso no alcanza para quitarle a El corral el mérito de ser una historia bien contada.