El conspirador

Crítica de A. Degrossi - Cine & Medios

Doble crímen

Todo político que ostenta un gobierno con poder busca hacer leyes a su medida, y si no lo logra al menos busca manipular las existentes para su beneficio. Si es en tiempos confusos, como los de guerra o desorden interior, entonces se aprovechan más aún para sacar provecho de la situación y fortalecerse en el poder. Robert Redford muestra, con maestría en todo sentido, como Lincoln es asesinado en lo físico pero también como sus ideas son aniquiladas por quienes quedan en el poder y creen estar haciéndole un favor a su país.
El eje de la historia es el juicio a Mary Surratt, una mujer viuda que vivía en su casa junto a su hija Anna y su hijo John. Para ganar algún dinero la mujer hospedaba a otras personas en el lugar. Las últimas a las que dió pensión eran nada menos que los criminales que orquestaron el atentado contra el presidente Abraham Lincoln. Por eso es que Mary es acusada de ser parte de esa conspiración criminal.
La difícil tarea de defenderla recae en un joven abogado, ex combatiente durante la guerra de secesión, a quien no le agrada tener que defender a una sureña a quien cree responsable del asesinato del presidente. Sin embargo, y gracias a las enseñanzas de su superior, la constitución se impone sobre lo personal.
El proceso es narrado con detalle y sin dejar de lado la excelencia artística. La dirección de arte es excepcional, realzada por una labor de fotografía notable, además del vestuario y un casting impecable.
Todas las actuaciones son precisas, sin artificios, pero se lleva las palmas una sobria Robin Wright que compone a Mary Surratt desde el gesto mínimo, el dolor contenido, la mirada justa captada por un Redford implacable.
"El Conspirador" ofrece una lección de civismo a costa de una historia que al día de hoy no parece haber servido como ejemplo suficiente. Miremos a nuestro alrededor, a los líderes del mundo en que vivimos. Siguen siendo tan miserables como aquellos que solo querían una cabeza que ofrecer a la multitud para ganar más poder, aun a costa de lo que su propio mártir proclamaba.