El conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo

Crítica de Fabio Albornoz - Ociopatas

Hace casi 20 años que James Wan le viene dando de comer al género de terror con largas (y exitosas) franquicias. Es un excelente narrador, pero también, un productor astuto. EL JUEGO DEL MIEDO, INSIDIOUS, y su universo Warren, siguen desarrollándose hasta la actualidad.

En el caso de la saga Warren, hay una ramificación tan amplia de spin-offs, que parecen asegurar casi una producción infinita de films.

Hay de todo, algunas mejores, otras peores, pero la que sin dudas venía manteniendo un nivel notable era EL CONJURO, específicamente centrada en los casos del matrimonio Warren.

Luego de dos entregas, Wan cede la silla de director a Michael Chaves, quien no parecía haber hecho grandes méritos con su labor en LA MALDICIÓN DE LA LLORONA. Finalmente todas las dudas que se podían tener, se confirmaron con EL CONJURO 3 – EL DIABLO ME OBLIGÓ A HACERLO, una película que tenía todo para funcionar, pero que falla, entre otras cosas por una evidente falta de talento y un desapego emocional por lo que narra. Un film que se desarrolla con un alarmante piloto automático que nunca cambia de ritmo.

No es una locura decir que EL DIABLO ME OBLIGÓ A HACERLO tiene a posteriori uno de los casos más interesantes de los Warren. Un joven asesinó a un hombre y se presentó en el juicio diciendo que el diablo lo había obligado a matar. Este disparador podía funcionar para el desarrollo de una película de terror judicial (como EL EXORCISMO DE EMILY ROSE), pero estas ideas se disipan rápidamente para elegir un camino extraño y muy poco atractivo.

Chaves se aleja de la estructura rígida y cerrada de las dos primeras -que ocurrían dentro de una casa-, para apostar por un ida y vuelta constante que desconcierta. Por un lado, tenemos al joven en la prisión, y por otro, a los Warren investigando la posesión demoníaca desde la distancia.

También aparece algo del policial sobrenatural, pero Chaves nunca lo juega a fondo. Es como si EL CONJURO 3 estuviese realizada bajo la duda constante, la incertidumbre de no saber qué camino tomar, incluso desde un lado visual, donde se alternan momentos luminosos muy interesantes, con otros oscuros y chatos.

La película está desconectada en todas sus partes. Cada línea va para su lado, y cuando es el momento de ponerlas a trabajar en conjunto es el montaje (con más obligación que fluidez), el que se encarga de empalmarlas de manera brusca.

Ya ni el encanto del matrimonio Warren alcanza para sostener una columna vertebral frágil y carente de progresión dramática.

A pesar de que Wan posee un enorme virtuosismo para el manejo de la cámara, siempre ha sabido equilibrar el componente grandilocuente con la construcción de atmósferas. Chaves no tiene término medio. Cuando quiere jugársela por el terror, recae en la exageración de lo grotesco. Acá todo es desmedido y a gran escala.

Hay claros signos de desgaste en la saga, y si Wan no va a volver, cerrar con esta entrega no sería una mala idea. Chaves recibió como premio un Ferrari, y lo chocó por su propia incapacidad.