El club de las madres rebeldes

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Mundo femenino

Tiene algunos buenos momentos, pero la corrección política termina prevaleciendo y arruinándolos.

Hace siete años, Jon Lucas y Scott Moore se hicieron un nombre en Hollywood como los guionistas de ¿Qué pasó ayer?, donde mostraron pericia para el manejo del absurdo y habilidad para reírse de (y con) cierto universo masculino. Ahora la dupla –a cargo ya no sólo del guión, sino también de la dirección- se animó a explorar ese territorio sagrado del mundo femenino llamado maternidad. La idea: faltarle un poco el respeto a esa institución intocable y, de paso, también a los niños, esos pequeños tiranos.

Lo que intentan estos dos hombres es ponerse del otro lado y contar la vida desde el punto de vista de esas mujeres actuales que, movimientos feministas mediante, a lo largo del siglo XX fueron logrando romper las cadenas domésticas y salir a trabajar a la par de sus maridos, pero todavía cargan con la mayor parte de las tareas de amas de casa. Es una película dirigida a un público femenino específico: nadie la va a apreciar tanto como las madres. Unas cuantas sentirán una identificación catártica con el personaje de Mila Kunis, que un buen día se harta del deber ser la madre y la esposa perfecta, corriendo de aquí para allá para cumplir con todas sus obligaciones. Ella se rebela y arma una suerte de pandilla revolucionaria con dos arquetipos: una divorciada guarra y una mojigata, madre de tiempo completo, completamente sometida a su marido.

No deja de ser contradictorio con sus intenciones feministas que Lucas y Moore inviertan los roles tradicionales y doten a sus personajes femeninos de características masculinas: ellas también pueden emborracharse, ser chabacanas, mostrarse como seres deseantes, tratar a los hombres como meros objetos de placer (un tipo de humor que últimamente se viene viendo seguido en comedias hollywoodenses, y que tiene como emblema a la dupla Paul Feig-Melissa McCarthy: Damas en guerra, Chicas armadas y peligrosas, Cazafantasmas). Por eso, cabe preguntarse qué habría ocurrido aquí si la dirección hubiera estado en manos de mujeres.

Más allá de estas disquisiciones y del debate sobre si el humor tiene o no un género, la película funciona en aquellos momentos en los que se anima a ser políticamente incorrecta y desacraliza la parentalidad, a la vez que demuele a la dictadura infantil imperante y a esa parva de consentidos que se está malcriando actualmente. Hace agua, en cambio, cuando cae en el gastado tópico de la batalla de los sexos (la mayoría de los hombres son inútiles), y cuando se ve en la necesidad de aclarar cuánto quieren esas madres a sus hijos, como para que ninguna de las espectadoras se asuste y todas vuelvan tranquilas a sus casas a seguir cumpliendo con el sacerdocio de la maternidad.