El clan

Crítica de Franco Quiroga - El Lado G

Ante el interrogante de quienes son los referentes al momento de plasmar cinematográficamente de la forma más fidedigna el sentir bonaerense y su gran cantidad de historias, sin lugar a dudas uno de los nombres de esa lista será Pablo Trapero. Esta vez embarcado en la empresa de retratar a una de las mayores, sino la más, familias delictivas de la historia Argentina.

Ubicados en el nacimiento de la nueva democracia reinante, entre los últimos vestigios de la dictadura y el florecimiento del gobierno radical, los Puccio también enfrentaron cambios. Arquímedes, la cabeza familiar interpretado más que correctamente por Guillermo Francella, no es la construcción de un “villano” común y corriente, no es líder nato que sobresale entre la multitud, y esa es la cualidad necesaria para llevar adelante la cantidad de secuestros extorsivos seguidos de asesinatos que realizó con la ayuda de su familia y, como bien es representado en el film, sus contactos políticos de esa tensa época.

Gran desafío para Francella, en esta nueva etapa de su carrera actoral, es el hecho de interpretar a un tipo como Arquímedes, un personaje viciado y amoral que en ningún momento del film encuentra redención, ni siquiera en el fatídico desenlace. Pero lo que sí encuentra Guillermo es uno de los picos más altos de su actuación: el monologo carcelario previó al instante final, junto a un Peter Lanzani que no se quedó atrás y en ningún momento desentona con su dupla.

En cuanto a la realización, la narrativa no está abocada desde una visión exterior moralista o en la búsqueda de un antagonista, sino en la construcción de los lazos y la vida familiar. No se representa explícitamente el hecho de que los Puccio acepten su estilo de vida, el espectador es quien debe descubrir los distintos vínculos familiares y desidias que unen a los siete integrantes del clan Puccio: resignación, aceptación, entendimiento, sufrimiento y un espíritu de unión familiar ensamblados por finos hilos tendientes a fragmentarse en cualquier momento. Que el suspenso y la tensión provengan desde el seno mismo de los victimarios y no de las víctimas conlleva a la no caricaturización de Arquímedes, uno de los mayores logros del film.

El trabajo de fotografía y de cámara encuentra el tono justo que evoca la época en que se desarrolla, no hay dudas que estamos en los 80´, aún sin los archivos televisivos que nos ubican. La cámara en mano y el movimiento están a la orden del día, hay dos planos secuencia –sin spoilear- que van a quedar en la retira indefectiblemente: uno de ellos al final del anteúltimo acto, en un secuestro que no termina del modo deseado, en el cual vemos cómo el plano va desde el interior del automóvil hacía el exterior con total fluidez; y el segundo de ellos, el cual da culmine a la película de un modo majestuoso es para verlo varias veces si fuera posible en el cine. Por su parte, la banda sonora no cae en el cliché de ser sólo música de la década –aunque sí suene Virus-, el tema representativo es Sunny Afternoon de The Kinks que se puede escuchar en dos momentos esenciales del film, el tono justo entro lo beat y lo siniestro.

Justamente eso fue lo más llamativo y representativo del “éxito” mediático en el caso del clan Puccio, el tono justo entre lo pop y lo funesto. Trapero lo supo y logró ilustrarlo.