El clan

Crítica de Ayelén Turzi - La cuarta pared

Uno siempre, siempre, tiende a mirar hacia afuera. ¿Serán vestigios de aquella europeización tan deseada por Sarmiento y compañía? ¿Serán deseos de pertenecer a las grandes metrópolis primermundistas que siempre están en el centro de atención de las noticias? ¡Quién sabe por qué tenemos esa tendencia! Lo que sí sabemos, es que (muchas veces) es un error.

Solemos conocer la historia de asesinos seriales o grandes criminales a lo largo y ancho de todo el mundo, algunos de ellos de otro siglo incluso, como Jack el Destripador, pero poco sabemos de los ejemplares autóctonos de esa raza de perversiones. Arquímedes Puccio es uno de ellos. Y si bien el apellido puede sonarte, es muy poco probable que estés enterado, al detalle, de todas las aberraciones que ha cometido.

Es entonces el director Pablo Trapero (Carancho, Leonera) el encargado de llevar a la pantalla grande la historia de Arquímedes. Y de su familia, a secas, el clan.

La historia transcurre entre los años 1982 y 1985 de nuestra historia argentina; años cruciales, de inflexión, de transición entre la más sangrienta dictadura que hemos sufrido y la llegada de Ricardo Alfonsín junto con la democracia que aún hoy disfrutamos. En la localidad de San Isidro vive, con su esposa y sus hijos, Arquímedes Puccio, un contador muy relacionado con el gobierno de facto, ex diplomático, que, con su fachada de vecino anciano completamente inocente, se dedica al secuestro extorsivo de jóvenes empresarios y el consecuente rescate millonario por su liberación. Pero, aunque cobre el dinero, Arquímedes no duda en matar a sus víctimas. A sangre fría, a pesar de no ser él mismo quien gatilla las armas.

El patriarca de la familia cuenta con el principal soporte de su hijo Alejandro (Peter Lanzani) a la hora de cometer los secuestros. La sociedad entre los Puccio (si bien son padre e hijo los activos, el resto de la familia oficia como cómplice al guardar absoluto silencio ante las evidencias de gente cautiva en su propia casa) y sus dos ayudantes funciona aceitadísima: eligen una víctima, diseñan el plan, cobran el rescate e, indefectiblemente, asesinan a dicha víctima. Arquímedes engatusa a su hijo constantemente, agradeciéndole su apoyo y premiándolo con grandes sumas de dinero, recalcando que, sin su ayuda, nada sería posible. Cuando Alejandro conoce a una joven y se enamora, decide abrirse del negocio. Un primer intento de secuestro sin él falla, y su padre no duda en hacerle cargar toda la culpa del fracaso. Pero él permanece inamovible en su postura de no participar más.

En lo personal, no conocía la historia de los Puccio. Creo que por ese mismo hecho es que la película me enganchó tanto y, para no arruinarles la experiencia, dejaré la sinopsis en ese punto.

El Clan es una historia oscura. Arquímedes Puccio es un psicópata, un manipulador. Se muestra siempre frío, tranquilo, como si planear un secuestro fuera lo mismo que planificar si ir primero a la panadería o a la carnicería. Alejandro se muestra más humano, más terrenal, con más contradicciones, y son esas mismas contradicciones las que hacen entrar en crisis al clan.

La película hace gala de una excelente edición. Ya sea en el ritmo de sus secuencias o en la alternancia con la que muestran en claro contraste situaciones en paralelo, el montaje lo es todo. No busca efectismos, no busca incomodar: busca transmitir la misma frialdad con la que Puccio actuaba. Y vaya que lo logra con creces, sustentada con una gran musicalización que, lejos de ser un mero acompañamiento, va más allá, jugando al contrapunto, logrando una gran profundidad en cada secuencia.

La ambientación temporal es simplemente impecable: sitúa a la película correctamente en los años '80, pero, a la vez, lejos del fluorescente colorido característico de la época; posee más bien un clima de oscuridad que acompaña adecuadamente todo el desarrollo de la acción.

Las actuaciones son (a excepción de algunos bolos y dudosas entonaciones de voces en off) impecables. Guillermo Francella está muy lejos de aquel jocoso y bigotudo Guille de Bañeros 2. Y, si bien lo extrañamos y tememos haberlo perdido para siempre, celebramos de todo corazón el enorme crecimiento actoral que tuvo en estos últimos años. Compone con cada palabra, con cada parpadeo, con cada movimiento del músculo más pequeño a un villano dignísimo de temer. Porque Puccio, según se cuenta, era un señor adorable, tranquilo, completamente inocente a simple vista, pero que podía fulminarte e inducirte a un temor insospechado con su mirada. Y Francella lo hace. A la perfección. Literalmente se come la película. Es todo lo que Trapero necesitaba a la hora de contar la historia: se arriesgó al elegirlo. Y ganó. Supo ver en Francella lo que el actor hace tanto viene reclamando y, desde El Secreto de sus Ojos, viene confirmando: tirar miradas pícaras a cámara al grito de "si es una nenaaaa" no es lo único que sabe hacer. Guille sella rotundamente su consagración como un señor actor de drama. Entre nosotros... era obvio, chicos. Hacer reír es mucho más difícil que lo que parece. Aquel que sabe hacer reír está capacitado para generar cualquier otra sensación. Y si Guille sólo tuvo que desprenderse de su bigote para lograrlo, la inversión ha sido ampliamente positiva.

VEREDICTO: 9.0 - ¡IMPACTO!

La historia de los Puccio es completamente cinematográfica: intrigas, planes oscuros, crueldad y frialdad a la orden del día. Trapero y compañía saben aprovecharla con creces para darnos una gran película. La sala estaba llena. Y, realmente, deseo que en las próximas proyecciones lo siga estando: El Clan es un enorme proyecto que merece que lo acompañemos como espectadores. En Argentina también se pueden hacer películas brillantes. Porque, claro, también tenemos excelentes historias locales que ameritan ser bien contadas.