El ciudadano ilustre

Crítica de Sergio Del Zotto - Visión del cine

El Ciudadano Ilustre es el nuevo trabajo de la dupla Cohn- Duprat, actualmente en competencia oficial en el Festival de Venecia.
Daniel Mantovani es el único escritor argentino, por lo menos hasta el momento, que ganó un Premio Nobel de literatura.

Su obra de ficción siempre se situó en Salas, el pueblo donde nació, en la provincia de Buenos Aires. Pero desde que aceptó el galardón, que el mismo cree que lo colocó en un lugar de canonización en el que preferiría no estar, no publicó ninguna novela, si no sólo artículos, prólogos y obituarios. Ausente de Argentina desde hace 40 años, cuando dejó su tierra para probar suerte en Europa, vive en una moderna casa en Barcelona, programando una agenda, plagada de invitaciones a todas partes del mundo, que generalmente rechaza. Entre los convites que objeta a su asistente Nuria, llega una invitación de su tierra natal para ser nombrado Ciudadano ilustre. De la vuelta a su pueblo y la recepción del mismo, se nutre El ciudadano Ilustre.

Estructurada con un prólogo y cinco capítulos (La invitación, Salas, Irene, El Volcán, La cacería), El ciudadano ilustre es una sátira burlona de los personajes de pueblo en relación a una celebridad nacida en esa tierra, que se dedica a la literatura y que quizás sea más fotografiado por celulares que leído. Gana puntos cuando presenta situaciones mordaces y patéticas (el viaje en remis, su presencia como jurado en un concurso de pintura, los habitantes que creen saber en quienes están basados los personajes de ficción, el chovinismo tan argentino de mencionar al Papa, Messi, la reina de Holanda y… Mantovani, sin mencionar jamás a los cinco restantes compatriotas que fueron galardonados por la fundación sueca).

Cuando el asunto vira al drama o la oscuridad, la película se resiente. Los personajes relacionados con el pasado del escritor, su amigo de la infancia, Antonio y su ex novia Irene (actualmente casada con Antonio) actúan de contrapeso dramático en la historia. Mantovani no tiene lazos de sangre, sus padres han muerto, nunca se casó, no tiene hijos, de manera que su literatura es su legado y su posibilidad de trascendencia. Pero estancado en su proceso creativo, la vuelta al pueblo puede ser la posibilidad de encontrar nueva inspiración. Los momentos más pequeños relacionados con un costado más humano del personaje principal (la aparición de una groupie, el joven conserje del hotel con aspiraciones literarias) tienen mejor funcionamiento que la tensión que se pretende reflejar con el triángulo amoroso de antaño.

Los directores de El artista y El hombre de al lado, Gaston Duprat y Mariano Cohn ponen el dedo en la llaga en la argentinidad y en la vida de pueblo y eligen concentrar su pirotecnia en eso y no tanto en la vida intelectual, o en todo caso, tamizan el falso brillo de la cultura (que ya habían transitado con éxito en El artista) para aglutinar situaciones cómicas que el guión de Andrés Duprat transita con más eficacia que las de tensión dramática. Visual y técnicamente carece de vuelo, con un registro casi televisivo de décadas atrás (de dónde surgió la dupla de realizadores).

La estelarización de Oscar Martinez es indiscutible, tiene autoridad para asumir un personaje que no es cómodo y que es a la vez peso y contrapeso de todas las acciones. Como es usual, la dupla de directores suele convocar a actores con distintos tonos y registros y lograr emparejar siempre para arriba: Dady Brieva, una impensada Andrea Frigerio , Belén Chavane, Manuel Vicente, Julián Larquier, Marcelo D’Andrea y Gustavo Garzón son las solventes caras conocidas, junto a otros secundarios que tienen igual lucimiento en la fauna de personajes pueblerinos.