El ciudadano ilustre

Crítica de Martín Escribano - ArteZeta

AVERNOS PROVINCIANOS

Un pueblito de temer, aunque por otros motivos, es Salas, donde transcurre gran parte de la acción de El ciudadano ilustre. La reciente ganadora de la Copa Volpi al Mejor actor (galardón que han obtenido Alec Guiness, James Stewart, Burt Lancaster y Philip Seymour Hoffman, entre otros) en el 73° Festival de Venecia cuenta la historia de Daniel Mantovani, ganador del Premio Nobel de Literatura, que vuelve a su pequeña ciudad natal luego de cuarenta años.

Al igual que en El hombre de al lado y El artista (ambas superiores a El ciudadano ilustre), hay en el cuarto largo de ficción de la dupla Cohn-Duprat, reflexiones sobre el arte que van de la mano con un contraste entre el cosmopolita europeo y el “simple” hombre de pueblo. Quizás sea esperable que un escritor consagrado mundialmente tenga una noción distinta acerca del “buen arte” que aquel que participa en un concurso de pintura local, el punto es desde dónde se construye el imaginario del pueblo bonaerense. Es por eso que los logros de la primera mitad de la película (escenas como el paseo en autobomba, el video de bienvenida, las entrevistas en medios locales) se resignifican negativamente con el correr de los minutos y llegando al final solo queda gusto a nihilismo exacerbado y, para colmo, reiterativo. Como ocurría con la Relatos salvajes de Szifrón, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, todos son miserables, a excepción de un personaje, que, como el protagonista, sueña con ser escritor. El resto se halla condenado al patetismo. El humor al hueso y la incorrección política que hacían de El ciudadano ilustre una tragicomedia prometedora se desdibujan cuando los directores deciden ponerse del lado del cosmopolita y resolver las tensiones por el espectador. El discurso final se parece a una jugarreta, como si los directores quisieran dar marcha atrás en aquello que han transmitido.