El ciudadano ilustre

Crítica de Juan Ignacio Novak - El Litoral

Regreso sin gloria

Hay una escena breve del “El ciudadano ilustre” que, en apariencia, no figura entre las más significativas de la película. Sin embargo, sintetiza el tono general de la propuesta, centrado en el humor cáustico, por momentos agresivo, la mirada impiadosa de los personajes y la ambigüedad. Se trata de la actitud del escritor Daniel Mantovani (Oscar Martínez) cuando termina de ver un video que le prepararon en su pueblo natal. Es un homenaje empalagoso, lleno de clichés, más apropiado para una quinceañera -como los que él se burlaría en sus novelas-; pero Mantovani tiene los ojos llenos de lágrimas. Sus antiguos coterráneos, impulsados por el lógico entusiasmo, lo interpretan como profunda emoción. Pero al espectador le queda la duda. ¿Y si en realidad esas lágrimas son de risa? ¿No sería esa actitud más acorde a la antipatía que, hasta ese momento, mostró el novelista?
No es una película fácil. Interpela, obliga a tomar partido y a defender posiciones. Porque el personaje central, ese artista exitoso y ególatra, que vive recluido en una mansión-biblioteca-fortaleza que construyó en Barcelona, desprecia a sus semejantes. No es un buen tipo, pero menos aún lo es la mayoría de los habitantes del idealizado pueblo de Salas. A medida que se va destruyendo la capa de afabilidad y admiración mezcladas con cierta simpática chabacanería, se revela una fisonomía oscura, repugnante. Y finalmente expulsiva.
Interrogantes
La anécdota sobre la cual se construye el filme de Mariano Cohn y Gastón Duprat (la misma dupla que rodó “El hombre de al lado”, en 2009) es ampliamente conocida por el espaldarazo que obtuvo al convertirse en la elegida de Argentina para intentar un lugar entre las nominadas al Oscar a Mejor Película Extranjera. Un escritor argentino, ganador del Premio Nobel de Literatura (toque argumental que remite a la declamada tristeza nacional por el galardón negado a Jorge Luis Borges) decide volver a su pueblo natal, luego de cuarenta años. El motivo: allí lo nombrarán ciudadano ilustre. No es un dato menor que el hombre haya obtenido fama y fortuna a partir de la transformación en literatura de las historias que vivió o escuchó en ese rincón del mundo durante su primera juventud. De modo que su llegada detona una serie de bombas que estaban ensambladas desde mucho tiempo antes.
Al principio, el humor es lo que predomina, en especial por el contraste entre las costumbres refinadas del novelista y la caricaturizada tosquedad de los pueblerinos. No es liviano, sino más bien sombrío. Pero la progresión de las situaciones hace que la historia vire con naturalidad hacia terrenos más espinosos, cercanos al thriller o incluso al terror. Para lograr eso, las actuaciones son clave. Martínez está perfecto en su construcción de desagradable misántropo, Dady Brieva controla su histrionismo, Manuel Vicente resume todos los vicios del político oportunista y Andrea Figerio sobresale en un papel a su medida, como la antigua novia de Mantovani, devenida en mujer amargada en sus roles de madre y esposa, que encuentra un cable a tierra en la docencia.
Incisiva y honesta, “El ciudadano ilustre” tiene un final abierto que es como una admonición. Pone en aprietos al público, lo intima a rever su visión de los artificios literarios. ¿Por qué un escritor escribe lo que escribe? ¿Cuáles son las reglas del arte? ¿Quién las impone? El film abre éstos y otros interrogantes pero no da respuestas. Cada espectador deberá hallarlas.