El ciudadano ilustre

Crítica de Emiliano Andrés Cappiello - Cinemarama

Historias Extraordinarias (Primera Parte)

El Ciudadano Ilustre es una película excepcional. En la escena inicial del film de la dupla Cohn-Duprat, el escritor Daniel Mantovani (Oscar Martínez) recibe apesadumbrado el Nobel de Literatura. La consagración, él explica tras aceptar el premio, significa que ha pasado a ser canónico, una voz del consenso que ya no provoca incomodidad alguna. Esta es la presentación del personaje, pero también una declaración de principios (y de guerra) del film. Cinco años más tarde, Mantovani vuelve al pueblo que lo vio nacer, al que abandonó de joven para no volver, y se reencuentra con viejas amistades y amores de la adolescencia. Mantovani, que se curó de los males del nacionalismo viajando, encuentra en esa pequeña sociedad cerrada un ecosistema que no acepta disenso alguno ante sus valores y verdades básicas. Con brutalidad, Cohn y Duprat arremeten contra el chauvinismo local, que tiñe desde la política a la cultura, sin dejar cuartel.

Desde su estreno, no han faltado los que buscan relaciones directas entre las ideas de la película y los eventos de la última década (y un poco más) del país. Aunque válidas, el conflicto del film es en verdad uno mucho más viejo en estas tierras y ejemplos hay de sobra, así nos remontemos a Sarmiento o a Borges (y su famoso “dormir por la Patria”). El de Mantovani es un conflicto tan histórico como vigente, y el film de Cohn-Duprat es el único en años, si no décadas, que se atreve a abordarlo con firmeza. Y, afortunadamente, también sabe hacerlo sin caer en representaciones maniqueas, algo que no lograron en El hombre de al lado (2010).

A pesar de que expone sus ideas implacablemente, El ciudadano ilustre no se olvida de que es cine y no panfleto. Desde el comienzo es claro que ni Mantovani es un santo, ni Antonio (Dady Brieva) y el resto del pueblo unos villanos absolutos. Cohn y Duprat les permiten existir, los observan con sentido del humor pero sin dejar de comprenderlos. Aunque se posicionan firmemente con Mantovani, el devenir del escritor es consecuencia de su propio accionar errado. Cuando el pueblo finalmente se pone en contra del visitante, no es por sus posturas sino por sus actos. Todo se construye desde los personajes, desde sus lugares y costumbres, de los que pueden reírse por igual, más allá de su posición en el conflicto, y a los que evitan observar con desdén. Con un elenco de actores secundarios maravilloso, pueblan a Salas con decenas de personajes entrañables, arquetípicos pero no chatos. La representación del pueblo es un gran logro del film que demuestra el ojo para el detalle de los directores. Salas captura la esencia del pueblo de interior sin caer en escenas de costumbrismo.

El Ciudadano Ilustre es una película excepcional porque, simplemente, no hay otras iguales en el cine nacional actual que se atrevan a defender cruzadas quijotescas tan poco populares con tanta lucidez y ferocidad, y más importante aún, que lo hagan con las mejores herramientas del cine narrativo.