El cazador

Crítica de Martín Miguel Pereira - CineramaPlus+

PERSEGUIDORES

Cuando leí “El perseguidor” (y supongo que a muchos les pasó lo mismo) al comienzo creí que el título hacía referencia al narrador del cuento, Bruno, que parecía perseguir incansablemente al músico Johnny Carter en esa tarea de acoso tan cara al periodismo. Pero pronto nos damos cuenta que el que persigue no es realmente él, sino Carter, y lo que busca no es a una persona, sino una verdad, una otredad en un mundo cada vez más surrealista.

De la misma manera, el filme de Marco Berger comienza con un adolescente gay que parece estar “cazando” partenaires sexuales. Los planos iniciales, con exhaustivos detalles del bosque y sus sonidos, más una constante (y a veces excesiva) música de suspenso parecen reforzar esta idea del acechador. Rápidamente descubrimos que el protagonista vive en un entorno suburbano y su periplo tendrá como escenario la ciudad y otros sitios rodeados de naturaleza. La idea del cazador va reforzándose con el correr del relato hasta que en un momento el cazador se vuelve, sin darse cuenta, el animal perseguido. Pero no es por inversión del relato, sino que la estructura narrativa se va asemejando a una pirámide alimenticia.

El núcleo dramático tarda en hacerse evidente y por momentos el filme parece digresivo o meramente hedonista. Sin embargo, la puesta en escena va tirando pistas sobre el desarrollo posterior. La cámara y el montaje parecen seguir exclusivamente las miradas y los cuerpos. Hay una sexualización marcada de los adolescentes y una fragmentación de los cuerpos muy sugerente que emula a la utilizada por el género pornográfico. Los personajes se objetivizan, se cosifican y se transforman en objetos de deseo, no sólo por parte del protagonista sino de otro que ni siquiera es el espectador. Esto no es casualidad pues la pornografía va a jugar un rol crucial en la trama. De esta manera, la puesta en escena completa el sentido del argumento y lo refuerza. Ese mundo masculino de cuerpos sexuales y homoerotismo muchas veces nos hace olvidar que es un mundo de niños, en última instancia, y la situación en la que se ven envueltos los personajes es horrorosa. Con mucho tino, eso coincide con el punto de vista del protagonista, lo que demuestra una notable pericia en el manejo de todos los elementos de la puesta en escena por parte del director. Lo mismo ocurre con el acto sexual, siempre fuera de campo, en el terreno de lo oculto.

Sin la mano del director y quizás solamente con la lectura del guion, El Cazador podría parecer un mero filme de denuncia o hasta educativo para proyectar en la ESI. Es Berger el que convierte todo eso en una película digna de atención.

Por Martín Miguel Pereira