El castillo de cristal

Crítica de Paula Vazquez Prieto - La Nación

Entre el dolor y el perdón

Basada en las memorias de la periodista y escritora Jeannette Walls, El castillo de cristal tiene como epicentro la figura paterna: alrededor de Rex Walls (Woody Harrelson) se concentran todos los dilemas de una época, todas las tensiones de una vida. Estructurada a partir de un extenso flashback, el film comienza en 1989, cuando la adulta Jeannette (Brie Larson) está a punto de casarse con un asesor financiero, vive en un lujoso piso en Nueva York y escribe una columna de chismes en la prensa neoyorquina. Ese sueño yuppie de los 80 contrasta con un pasado contracultural en los extensos territorios del viejo oeste, con una infancia cifrada por una familia nómade, por padres aventureros e irresponsables, por una contradicción permanente entre el deseo de libertad y la necesidad de orden.

Tanto el apego a la experiencia vital del texto de Walls como la inquietante interpretación de Harrelson otorgan a la película de Destin Daniel Cretton un pulso que por momentos se oscurece ante el insistente deseo de hacer de ese relato una parábola, subrayado en algunas frases explicitas y altisonantes. Pero más allá de que Rex y Rose Marie (Naomi Watts) se transformen en el mito caído del hippismo, artistas y librepensadores convertidos en fracasados sin hogar del Lower East Side, es en la mirada presente de Jeannette donde esas tensiones se dirimen, entre los deberes de los padres y los amores de los hijos.