El canal del demonio

Crítica de Lilian Lapelle - Cine & Medios

Celos, paredes y paranoia.

La historia comienza cuando una feliz pareja que espera un hijo compra una casa muy antigua para remodelarla y armar allí su familia.
Él es David (Rupert Evans), un hombre simple y tranquilo que trabaja como archivista fílmico, y ella es Alice (Hannah Hoekstra), una mujer muy atractiva.
Luego de un par de años de convivencia feliz, David descubre que su esposa le es infiel y al mismo tiempo encuentra en su trabajo un antiguo material filmado a principios del siglo XX, donde descubre que su casa ha sido el escenario de un crimen.
Desde que ve las sangrientas escenas David no puede sacarse esas imágenes de la cabeza, se convierten en una obsesión, que se potencia con la traición de su esposa y lo alejan de la realidad.
Lejos de la fórmula de terror de casa embrujada, el filme apunta hacia el horror psicológico, lo que puede ser real o solo estar en la cabeza del protagonista, la trasformación de un hombre común en alguien que podría estar poseído por oscuros fantasmas que habitan la casa, o tal vez solo se trate de alguien desarrollando una psicosis.
El filme construye de forma muy precisa los climas de suspenso, arma una atmósfera donde el protagonista se mueve entre lo real y lo irreal, mantiene alerta e intranquilo al espectador, y genera miedo y mucha tensión.
La estética y la fotografía, junto con una correcta dirección, construyen un relato de horror más que interesante, pero algunas fallas en el guión lo hacen bastante predecible, ya que a la mitad de la historia incorporan demasiados elementos que lejos de enriquecer la trama hacen que el filme se vuelva menos consistente, y que el espectador pierda interés.
A pesar de esto la película funciona, asusta, entretiene y tiene unas cuantas escenas interesantes gracias a Rupert Evans, que realiza un muy buen trabajo convirtiéndose en el eje de todo el filme, con un personaje complejo que juega entre la realidad, la obsesión y la locura.