El buen amigo gigante

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Adaptación de una novela de Roald Dahl, El buen amigo gigante es un ejemplo de híbrido entre animación y actores reales y una de las realizaciones más logradas de Steven Spielberg, que se sigue superando a los 69 años. El director vuelve a colaborar con el británico Mark Rylance (Puente de espías), para crear a BFG, el Big Friendly Giant o buen amigo gigante, así apodado por la pequeña Sophie (Ruby Barnhill) tras ser manoteada de su bow window en un barrio londinense. Sophie despierta en la casa de BFG, localizada en un desierto a la inglesa, y mientras BFG demuestra ser amigable, también resulta ser el enano de una tierra de gigantes, seres realmente grandes y fieros, cuya dieta consiste esencialmente en seres humanos. Mientras BFG oculta a Sophie, nace entre ellos una gran amistad de cuentos, algo que Spielberg traslada a la perfección a la pantalla. Notable entre tantas maravillas es la labor principal de BFG, que consiste en capturar sueños de una laguna para luego inocularlos a niños de los suburbios mediante una peculiar trompeta. En su corazón, la película parece una mezcla de las historias de Neil Gaiman con las animaciones de Harry Harryhausen, pero es mucho más, y no faltan demostraciones bélicas tan caras a Spielberg. En forma, sentimiento y guión, imperdible.