El bar

Crítica de Beatriz Iacoviello - El rincón del cinéfilo

“El Bar”, decimocuarta película de Alex de la Iglesia (“El día de la bestia”, 1965, “Perdita Durango”, 1997, “Mi gran noche”, 2015, “La comunidad”, 2000, “Balada triste de trompeta”, 2010), posee como punto de partida la resonancia del miedo, que ya está arraigado en la comunidad europea, y como éste se puede convertir en el peor enemigo de la sociedad.
El planteamiento del filme puede parecer simple, y lo es en realidad, pero sólo en primera instancia, porque a través de la trama del guión se verá un complejo mundo de los personajes. Un grupo de personas encerradas en un bar, por algo que es inexplicable, provoca inmediatamente una serie de condicionantes de gran fuerza narrativa con una incisiva hegemonía de lo instintivo, lo irracional y lo siniestro.
El realizador español afirma en un reportaje que la idea de la película surgió imprevistamente una mañana, cuando desayunaba con su guionista de cabecera, Jorge Guerricaechevarría, en un clásico bar del barrio de Malasaña, “El Palentino”, y un mendigo irrumpió a los gritos, amenazante. En el film, el papel inspirado en ese intimidante personaje lo asumió el talentoso Jaime Ordóñez (Israel), notablemente caracterizado para provocar recelo. También sostuvo que: “En un bar puede haber un asesino, un director de banco, una persona que cambiaría tu vida para siempre. Lo más terrible es encontrarse contigo mismo, con quien eres tú, con tus defectos. O no encontrarse con nadie, que es aún peor. Un bar es como un choque de meteoritos. O un choque con la nada».
Y de eso trata la realización, de un choque entre personas que tienen un aparente destino común: la muerte, y luchan por una supervivencia que los llevará a agredirse unos a otros.
Alex de la Iglesia en esta obra se encarniza en esa misantropía, de la que es plenamente consciente y que se vio en “Perdita Durango”, “Las brujas de Zugarramurdi”, o “El día de la Bestia”. “Soy superdarwiniano. Se salva la gente que no responde. El valiente, el arriesgado, el honesto consigo mismo, no se salva nunca. La película es un reflejo del mundo en el que vivimos, y que de valientes está el cementerio lleno […] Lo cierto es que vivimos encerrados en una especie de agujero del pensamiento. ¿Y quién sobrevive? El que engaña mejor. La honestidad no es un filtro para salvarse”
Si recordamos fórmulas de otros filmes que llevaban a la claustrofobia a sus protagonistas, y pocos eran los salvados, se presentaran en nuestra memoria: “And Then There Were None”, de René Clair (1945), basado en la novela policial de Agatha Christie “Ten little niggers” (“Diez negritos”), “El Ángel exterminador” (1962), de Luis Buñuel, “La niebla” (2007), de Frank Darabont, basada en la novela de Stephen King, y el falso documental “Rec” (2007), de Jaume Balagueró y Paco Plaza, “Los pájaros” (“The Birds”, 1963), de Alfred Hitchcock . Todas poseían un objetivo común la debilidad del hombre frente al miedo, y desde el punto de vista social eran una crítica a la sociedad y al momento histórico en que fueron creadas. Aunque Alex de la Iglesia afirma que su influencia fue Jean Françoise Richert “Asalto al distrito 13” (“Assault on precinet 13”, 2005).
“El Bar” se centra en el espacio preferido por Alex de la Iglesia, el que provoca revulsión, claustrofobia y paranoia, y al que le aplica un ritmo frenético, y en el que obliga a interactuar a ocho personajes atrapados en un universo escatológico y oclusivo. Al espectador no se le permite identificarse con ninguno de ellos, porque a cada paso que dan éstos es posible ver su catadura moral, que va desde el egoísmo a la perversión, y desde el falso mesías hasta el no me importa más absoluto, desde el instinto de conservación hasta los prejuicios más aberrantes. Pero además se señala la degradación humana sin piedad, como si se hiciera cirugía mayor sin anestesia.
Alex de la iglesia es un ex dibujante de cómics, que rescata de ellos ese humor ácido y negro, la estética agresivamente chillona en la que el grito es como un globo que se sostiene en el aire, al igual que en los dibujos. Tal vez por eso los cuerpos, tanto masculinos como femeninos, estén filmados desde todos los ángulos y condiciones, es como si se hubiera apoderado del director un apetito carnívoro que posibilita a la lente de la cámara devorarlos más que capturarlos. En esta película Alex de la Iglesia desarrolló su agudo sentido del humor, jugando con sus personajes, como si fuesen cobayos de un macabro experimento.
La historia comienza una mañana cualquiera en un bar típico cerca del madrileño mercado de los Mostenses, y con personajes cotidianos, de clase media, de los cuales algunos padecen el síndrome de estar conectados a la red. También existen otros personajes insignificantes que se cruzan y aparentemente no influyen en la trama, pero si lo hacen sobre la protagonista Elena (Blanca Suárez), y es una gitana (Mamen García) que le hecha maldiciones, y es a partir de ellas que sobrevendrá el caótico desarrollo de la historia.
Si bien el filme es coral en el denominador común, es casi restrictivo a lo personal en cada uno de los personajes y les posibilita destacase sin problemas: Terele Pávez (Amparo) es una matrona que dirige su bar con mano férrea y voz aguardentosa, Secun de la Rosa (Satur), es un empleado fiel y amigable, Carmen Machi (Trini), es la típica ama de casa que se evade y juega a diario lo destinado a la comida en la máquina tragaperras (así se llama a las tragamonedas en España), Mario Casas (Nacho), es el típico publicista conectado a la red “ad infinitun” , Jordi Aguilar (barrendero), es el primero que desaparece de escena, Joaquín Climent (Andrés) ex-policía que ante el primer problema no tiembla al sacar su revólver, Alejandro Awada (Sergio), un vendedor de ropa interior femenina, su interpretación fue muy deslucida porque no se veía intensidad en su modo de hablar, comportamiento corporal o gestualidad. Andrés y Sergio tienen una breve y tranquila conversación. Dura sólo unos segundos, pero durante él los dos hombres de mediana edad revelan sus inseguridades, y sus vidas frustradas se abren al espectador Es la mejor secuencia en “El Bar”, y allí el miedo, la hipocresía y el egoísmo son reflejadas con brillante lucidez, y es la única que parece provenir del corazón, y se encuentra fuera del carácter escatológico de la película.
Uno de los sobresalientes momentos de la narración es el plano secuencia inicial que introduce al espectador a un enigma indescifrable, pero que se revela demasiado pronto. Esto hace previsible todo lo que sucede después, ya la sorpresa quedó atrapada en el comienzo. La excelente fotografía y el maquillaje son muy dignos de destacar, al igual que la música que da en el tono justo del suspenso.
Alex de la Iglesia en todas sus producciones incluye la locura y el exceso en grandes dosis, pero la locura contiene algo de verdad y es por eso que en “El Bar” juega con esa mezcla que llevará al espectador a no saber dónde termina una y comienza la otra.
“El Bar” es un relato de transmutación, crisis y destrucción de máscaras. Es un retrato singularmente poco halagador de la condición humana. En el acto final en el que los personajes clave se encuentran luchando en aguas residuales sin procesar proporciona la metáfora apropiada de la sociedad.