El ardor

Crítica de Beatriz Iacoviello - El rincón del cinéfilo

Cruda visión de una oculta realidad

“El ardor” es la tercera película de Pablo Fendrick, y retoma en ésta su denominador común: la violencia, el mal contemporáneo, la cual es ejercida desde distintos estamentos de la sociedad. En algunos casos por la marginalidad, en otros por la droga, asaltos y secuestros, y en un plano más oculto por la codicia.

El título del filme “El ardor”, uno de los sinónimos de violencia, suena más poético, pero no deja de ser tan crispado como la palabra original.

En “El ardor” es la selva la que impulsará la violencia. La selva, como en la novela “La vorágine” del colombiano José Eustasio Rivera, no perdona a quienes la invaden y los devora. La selva se defiende a su manera, y en este caso usa como justiciero a un chamán.

El personaje de Kai (Gael García Bernal), entre enigmático y héroe solitario, recuerda al famoso sindicalista del caucho brasileño asesinado, Chico Mendes, que fuera inmortalizado en la película de John Frankenheimer, “The burning season” (“Estación ardiente”, 1994), con la actuación de Raúl Julia.

Si bien puede desde lo formal tener la estructura de un western, no lo es, sino que más bien se inscribe en el territorio de la denuncia ecologista sobre la que se han acoplado varios directores americanos y europeos.

“El ardor” está montado desde la perspectiva de la narrativa clásica de sucesos y situaciones siempre justificadas por acciones encadenadas sobre el antagonismo de dos personajes (García Bernal y Claudio Tolcachir), uno, una especie de chamán iniciado en el ritual del agua, y el otro, un villano con exacerbadas constantes de maldad.

Fendrick utiliza variados recursos para crear un clima fascinante y con cargas de tensión impuestas por la banda sonora. El relato es fragmentado en escenas breves y apremiantes, con escaso diálogo, plagado de silencios y miradas, dentro de un majestuoso escenario, como lo es la selva misionera, que lo subraya. Por otra parte señala el desajuste entre los individuos y la naturaleza, entre los que son uno con ella y los destructores.

La excelente fotografía, enmarcada por tonos sicalípticos, empastados, con puntos de fuga brillantes como si buscaran un nuevo horizonte para crear la sensación de exceso y delirio. El realizador utiliza un lenguaje que literalmente reproduce la selva real con una selva de imágenes, símbolos y líricas descripciones, en las que hay una estrecha correlación o simbiosis entre la realidad representada y el lenguaje que la representa.

Las coproducciones permiten intercambiar talentos y mostrar la valía de cada uno de ellos. Gael García Bernal compone a un chamán, con el carácter propio de los mexicanos y movilidad sureña, Claudio Tolcachir construye a su villano desde el sadismo más absoluto, porque sabe que lo que perdura en la mente del espectador es el malvado. Alice Braga aporta la femineidad necesaria sin gran alharaca, y sin la sensualidad que tiene su madre Sonia Braga. El resto del elenco acompaña con excelencia a la triada mexicano-argentina-brasileña, ocupando el lugar de sostenes secundarios con total autoridad.

“El ardor” es un filme de violencia encubierta y real, con subliminales ecologistas y una moraleja acertada: si destruyes te destruirán. Pablo Fendrik realiza una denuncia esencial: la naturaleza salvaje triunfa sobre los hombres que abusan de ella tratando de asimilarla a un despiadado sistema industrial o de monocultivo. La “ley de la selva” es implacable y puede transformar el paraíso en un infierno para quienes osan desafiarla.