El aprendiz de brujo

Crítica de Emanuel Rodriguez - La Voz del Interior

Juego de magos

¿Cómo hacer diferente una historia demasiado parecida a muchas, muchísimas películas previas? En principio: asegurarse de que Alfred Molina haga de malo. Luego, orientar la antena de las palabras clave para el lado más nerdie de la ciencia, cuidar al máximo la apuesta por los efectos especiales y dejarle al encargado de los chistes una moderada libertad para decorar el guión. El resultado puede ser encantador e impactante, lo que parece ser el objetivo de Disney y Jerry Buckheimer en El aprendiz de brujo.

Merlin tiene tres aprendices, Balthazar (Nicolas Cage), Veronica (Mónica Belluci) y Horvath (Alfred Molina), y una feroz enemiga, Morgana. Tras una traición de Horvath, la mala mata a Merlín y se apodera de un hechizo para resucitar a los magos muertos y destruir el mundo. Para detenerla, Verónica absorbe el alma de Morgana, cosa que Balthazar pueda encerrarlas a ambas en una muñeca rusa, una prisión que éste deberá custodiar hasta encontrar al “supremo merliniano”. 1400 años después empieza la película, en Nueva York, donde vive Dave (Jay Baruchel), amante de la física perdidamente enamorado de Becky (Teresa Palmer, hermosísima), quien será educado por Balthazar para salvar el mundo.

Una vertiginosa introducción deja en claro que nos enfrentamos a una historia cuya naturaleza excluye cualquier exigencia de verosimilitud. Vamos a jugar a otra cosa, y en ese juego un tanto emotivo (por su homenaje al clásico animado Fantasía) y un tanto exagerado, la consigna principal es dejarse involucrar en una aventura extraordinaria. La película propone varias puertas para entrar: una épica de magos, una historia de amor del tipo “chico feo–chica sumamente linda”, otra historia de amor del club de los sacrificios, y un pequeño intento de enlazar la magia con la física, con guiños ñoños de sugestivo protagonismo.

Como en casi todas las películas de iniciación, el aprendizaje excede al domino del don: Dave tiene que formarse simultáneamente en las alquimias de la magia y del amor. Un atinado humorismo desdramatiza esta situación, y el filme –más atrevido en acción y seducción que la saga de Harry Potter– opera la magia de encantar al público. No exige más que una complicidad de juego, y a cambio ofrece una historia tan atractiva como un amor de infancia.