El almuerzo

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Es curioso que en “El almuerzo” (Argentina, 2015) la facturación del filme es una de las primeras cuestiones que llama la atención y para mal. Javier Torre ha producido una serie de filmes de índole histórica o que han adaptado clásicos de la literatura, siempre con una buena impronta y con un cuidado estético en sus productos.
Pero en esta oportunidad, en la que se apoya en un hecho que ha sido falseado, imaginado, y hasta convertido en un “mito urbano”, le brinda la posibilidad de crear un filme con buenas intenciones pero que no termina por cerrar del todo los planteos que desde el inicio ofrece y, justamente, en esto y en la falta de realismo a la historia es en donde todo queda a medio camino.
Tomando el secuestro y tortura de Haroldo Conti, y el almuerzo que Videla realizó con personalidades de la literatura y cultura nacional de ese momento, Torre imagina una película de índole histórico y dramático, en la que la oscura dictadura cívico militar, una vez más, será el eje para hablar de la nefasta época liderada por los castrenses, pero no trabaja con nada nuevo.
Así, mientras en el inicio vemos cómo operaban los militares arrasando en los hogares de las futuras víctimas, luego, el almuerzo, será la bisagra para reforzar puntos relacionados al apoyo o no, a la obediencia debida, de un grupo de ilustrados que debieron anteponer sus anhelos y sueños literarios ante la presión del ejército y otros que decidieron darlo sin chistar.
Pero Torre, en vez de concentrar allí su mirada, en esa comida en la que mucho seguramente se podría haber imaginado y soñado desde la solidez de un guión rico en datos y diálogos, de la totalidad de la narración sería sólo un instante en el que nuevamente se pierde la posibilidad de crear una historia atractiva para el espectador.
En el almuerzo, del que participaron personalidades como Borges (Jean Pierre Noher), Leoni (Pompeyo Audivert), Sabato (Lorenzo Quinteros) y Ratti (Roberto Carnaghi), Torre otorga de frases afectadas y grandilocuentes a los comensales, quizás para cumplir con un imaginario ilustrado que atenta contra cada palabra que dicen, como así también las que Videla (Alejandro Awada) indica luego de dejar participar a cada uno de ellos de la charla.
La narración, que comienza con el secuestro, va generando cierta intriga por el momento anhelado y deseado de poder conocer qué pasó dentro las cuatro paredes en las que se sirvió la comida, pero rápidamente esta sensación se disipa, y genera un fuerte rechazo por lo que se muestra.
Tampoco ayuda la puesta escénica, teatral, con un plano y contraplano que termina por homogeneizar el relato y potenciando una monotonía en la narración que es imposible de levantar luego que la comida finalice. Nada más forzado que la ubicación dentro de la totalidad de la película del hecho.
Hay cierto vuelo en algunas escenas que cuentan la huida de la mujer de Conti hacia otras latitudes, con una excelente interpretación por parte de Mausí Martinez, una de las mejores actrices del país, quien otorga su desgarradora situación ante la inevitabilidad de quedarse sola sin su compañero.
A “El Almuerzo” se le nota mucho el encargo y la imposibilidad de brindarle al realizador mayor libertad en la narración e historia, quedando a medio camino entre el telefilme y una película que pueda brindar algo de luz a la oscura etapa dictatorial del país (que no lo hace). Mención aparte para Noher y una vez más su lograda performance como Jorge Luis Borges.