El 5 de Talleres

Crítica de Álvaro Bretal - La cueva de Chauvet

Brusco y melancólico. Sobre las bondades de `El 5 de Talleres´

Patón (Esteban Lamothe) tiene 35 años y juega de 5 en el equipo de fútbol Talleres de Remedios de Escalada. Juega ahí desde hace muchos años. No es particularmente bueno (nadie en el equipo lo es, en realidad), pero es una especie de referente para sus compañeros más jóvenes. Lo quieren y lo respetan, más allá de que, tanto verbal como físicamente, tienda a hacer bromas subidas de tono. Otra característica de Patón: putea mucho y mete insultos en cada frase que puede. Patón tiene ganas de dejar el fútbol, pero no es fácil: es a lo que se dedicó toda su vida, lo que mejor sabe hacer y donde tejió gran parte de sus vínculos sociales. Dejar el fútbol representa incertidumbre y una certera sensación de vacío. Por primera vez en su vida (o en gran parte de ella, al menos) tiene la posibilidad de sacar el piloto automático y tomar un rumbo nuevo. Este dilema, expresado en parte a través de soliloquios internos inaudibles para el espectador, constituye el eje de El 5 de Talleres, segundo y notable largometraje de Adrián Biniez.

Lo primero que se puede destacar de El 5 de Talleres (porque es lo más visible, lo más obvio, y también porque lo considero la clave formal a partir de la cual se articula toda la película) es su abordaje de la comedia desde algo que por momentos hace acordar al costumbrismo. No se trata de costumbrismo, porque no hay un retrato específico de las costumbres y actividades propias de un sector social. Sin embargo, en la construcción minuciosa de los gestos y los modismos, se observa un cuidado por intentar entender cómo viven, piensan y sienten unos personajes que, si bien no son representantes totales ni dicen algo definitivo sobre la clase social a la que pertenecen, sí son inseparables de su contexto geográfico, su bagaje cultural y sus posibilidades económicas.

La relación de Patón con su novia, su familia y sus compañeros del equipo de fútbol se va desarrollando a través de una línea narrativa suave, sin estridencias ni golpes de efecto. Es una película amable, en la que los pasos de humor surgen del vínculo que uno logra establecer con los personajes y de la empatía con la cual son observados por el propio film. El derrotero del equipo de fútbol, por ejemplo, es lamentable: da la impresión de que lo que mejor saben hacer es jugar desastrosamente y perder. La película hace algunos chistes al respecto, que podrían resultar crueles, sobre todo considerando que la situación general del equipo (económica y en la tabla de posiciones) es delicada. Sin embargo, las bromas están hechas con la ternura propia de una mirada que sabe posicionarse en el punto justo, alejada tanto de la condescendencia como del distanciamiento cínico. Mejor aún es la delicadeza narrativa y formal con que son llevadas a cabo: pensemos, por ejemplo, en los resultados de los partidos que aparecen cada tanto a modo de placas y funcionan como amables pasos de comedia y, a la vez, como una demostración palpable de la decadencia del equipo.

A la par de este juego ligero alrededor de los fracasos de un equipo de fútbol y las formas de expresarse de sus miembros, se da un drama: el del propio Patón, que tras ser suspendido durante varias fechas comienza a considerar la posibilidad de dejar definitivamente el fútbol. El problema es que el fútbol es una de las pocas cosas que conoce en profundidad: nunca terminó el secundario ni parece haber tenido un proyecto laboral por fuera de Talleres. Su gran sostén emocional es su novia, Ale (Julieta Zylberberg), y es junto a ella que comenzará a imaginar un nuevo proyecto para bancar su economía. Las dudas de Patón se expresan a través de silencios y miradas perdidas; su usual brusquedad se combina con un proceso reflexivo intimista para crear -nuevamente- comedia. La comedia también aparece en la relación tensa con su padre (que se opone a que abandone el club), en un hincha anónimo que lo llama por teléfono sólo para insultarlo, y en otro drama personal: el del director técnico, Hugo (Néstor Guzzini), que parece haberse divorciado hace poco, vive en su auto y está atravesando una crisis emocional.

Todo en El 5 de Talleres surge de una concepción del mundo que es cálida porque es amplia, y entiende que esos dramas y derrotas, por más preocupantes que sean para sus personajes, pueden enmarcarse en una mirada general que los aligera un poco, sin por eso banalizarlos. Esa amplitud de miras es evidente también en el último plano, cuando Patón y Ale se alejan en un auto mientras suena “Up With People” de Lambchop, una canción adorable que difícilmente tenga relación con el universo de los personajes de la película. Ahí es donde Biniez traza una línea y se distancia tanto del costrumbrismo como de los films que retratan a los sectores populares a partir de una sumersión total en sus mundos (una tendencia del mal llamado Nuevo Cine Argentino que va desde Pizza, birra, faso de Adrián Caetano y Bruno Stagnaro, hasta el cine de José Celestino Campusano).

Los límites que traza Biniez también se pueden apreciar en el respeto con que observa a los procesos internos de Patón, sin intentar comprenderlos a la fuerza. Ese respeto habilita (a través de un proceso que parece sencillo y obvio, pero es mucho más complejo que cualquier gesto demagogo o pose nihilista) a grandes chistes (por ejemplo, ese en que Patón recuerda frente al comité directivo del club una frase alentadora y emotiva del director técnico, tras lo cual el técnico le dice “yo nunca dije eso”), a un retrato directo de la pasión sexual brusca que se profesan Ale y Patón, y a un ritmo general que va creciendo escena tras escena y toma forma a medida que se desarrollan los conflictos y se complejizan los personajes. La ausencia de tramas secundarias contribuye al ritmo sostenido, al igual que el cuidado del léxico que emplean los personajes que, por otra parte, gana fuerza gracias a buenas actuaciones. Es fácil minimizar a El 5 de Talleres. Sin embargo, el hecho de que pocos films argentinos consigan llevar a cabo con tanto éxito el tono medio y el retrato barrial sugiere que, tal vez, el logro de Biniez sea mucho mayor de lo que parece a primera vista.