Dumbo

Crítica de Nicolás Ponisio - Las 1001 Películas

Un elefante sin mucho vuelo.

Como viene sucediendo con muchos clásicos animados de la casa del ratón, ahora le llegó el turno a Dumbo para tener su versión live-action y nada menos que bajo la dirección de Tim Burton.

La historia del pequeño elefante circense con grandes orejas que es separado de su madre y que deberá tomar vuelo propio —literalmente— se reescribe de manera en que la ternura y hermosura del relato original estén presentes. Pero conforme a su desarrollo, el film se pierde entre una excesiva cantidad de elementos y una duración que terminan borrando parte la magia.

Ya desde su comienzo, la historia evidencia problemas en su forma —desde la dirección de Burton—, donde el recorrido del colorido tren del Circo de los hermanos Medici y la presentación a través de los vagones de sus artistas, se ven reducidos a un montaje que vuelve torpe y con falta de ideas el inicio del film. Esa falta de imaginación es lo que marcará muchas de las nuevas tramas e inclusión de personajes que desafortunadamente no terminan de funcionar con el resto del clásico original. Como en esta versión no hay animales antropomorfos que interactúen con el protagonista, dicho rol es otorgado a los niños Milly y Joe (Nico Parker y Finley Hobbins) que, en búsqueda de paralelismo empático con el paquidermo, han perdido recientemente a su madre y su padre Holt (Colin Farrell) acaba de regresar de la guerra tras haber perdido un brazo en batalla.

Sin mucho que ofrecer a la trama, Holt y sus hijos simplemente cumplen la función de elementos explicativos para poner en boca de los personajes lo que va ocurriendo con el elefante, muchas veces en relación a situaciones que incluso son muy claras a la vista, lo que hace que la historia solo funcione para niños muy pequeños. Esto se añade al hecho de que en gran medida los personajes humanos funcionan como hilo de comprensión y cuidado hacia el animal, cuando en el relato original claramente se hallaba una importante crítica al maltrato animal que ejercían sobre Dumbo —aquí solo visible en un par de estereotipos de villanos, uno del magnate V.A. Vandevere (Michael Keaton), que con su presencia y caracterización al menos le brinda su buena dosis de carisma al film.

Es gracias al personaje de Keaton y a la increíble y divertida presencia del maestro de ceremonia Maximilian Medici, interpretado por Danny DeVito —actores fetiches del director que no se reunían en pantalla desde Batman vuelve— que el film suma en gracia y encanto. Una vez que el villano en cuestión aparece en escena y más aún su impresionante parque de diversiones Dreamland, el apartado visual comienza a destacarse más gracias a la extravagancia del maravilloso arte tan propio de Burton que por su contenido. Es allí donde el aspecto estético del film logra sobresalir y encontrarse en sintonía con la magia del elefante que, con la ayuda motivacional de una pluma, puede volar con sus inmensas orejas.

Y es que si hay algo que se mantiene intacto e incluso se transmite de mejor forma gracias al impactante diseño de efectos visuales, es el elemento entrañable que describe al maravilloso Dumbo y la relación de afecto con su madre. Cuando el film es consciente de que ello es el corazón mismo de la historia, y no las tramas que lo dilatan en su larga duración, es cuando mejor funciona. El apego emocional le brinda sentimientos verdaderos y palpables al resultado final, ante tantos diálogos y aspectos de más artificiosos con los que se rodea al film y que terminan ocultando la verdadera magia; la de Dumbo y la que alguna vez, con mucho talento, el director supo tener.