Dos disparos

Crítica de Paula Caffaro - CineramaPlus+

Rejtman volvió. Sin embargo nunca terminó de irse porque en su ausencia de la pantalla grande filmó un cortometraje (Copacabana), y un telefilme junto a Federico León (Entrenamiento elemental para actores). De todos modos, la celebración bien vale la pena porque fiel a su estilo, su regreso está marcado por un cine con huellas de autor que viene a renovar la producción nacional con aires frescos, olvidados y extrañados.

Dos Disparos bien podría ser una comedia como así también un drama, ambos géneros se entrelazan para provocar risas medidas, pero también alguna preocupación, en un filme que comienza por el final (si pensamos en el canon del cine clásico) siendo este desenlace anticipado el climax de una historia sin un hilo conductor ni protagonistas.

En pleno verano y luego de una intensa noche de boliche, Mariano regresa a su casa. Se pone un traje de baño, un par de antiparras y se tira a la piscina. Allí cuenta el tiempo que tarda en realizar un largo completo para, a continuación, dedicarse a cortar el césped. Es un imprevisto técnico el que interrumpe la acción y lo lleva hacía el cuarto de herramientas donde, por casualidad encuentra un revolver. Mariano lo toma, sube las escaleras, se sienta en su cama y acciona el dispositivo: una bala en el estómago y otra en la cabeza. Sobrevive.

Falso suicidio, negligencia o aburrimiento son las posibles causas de este acto inesperado que da comienzo a un filme en donde el universo conocido del cine de Rejtman se presenta a cada momento. La cámara fija y la estructura racionalista en la composición estética, sumado a la desaturada paleta cromática que vira siempre entre los colorados y los azules, más la contextualización espacio temporal en un pasado impreciso que permite la convivencia de Pumper Nic con celulares, Dos Disparos es un nuevo ejemplo de la inteligencia de este realizador cerebral que filma y funda las bases de una nueva poética.

Sus personajes estrictamente diseñados dotan toda su obra de un singular ambiente en donde la intensa verborragia de algunos contrasta con el silencio de otros, que sólo se comunican por gestos o por sus propias ausencias. Sin ningún tipo de lazo afectivo que los vincule, ellos sólo son piezas en este juego cuyo objetivo se trata de hacer una película. Ninguno es fundamental, pero el conjunto es imprescindible, lo que permitirá elaborar un complejo mapa de extrañas conexiones que no siempre tienden a estar justificadas. Es el verosímil rejtmaniano el que habilita tantas posibilidades como al cineasta se le ocurran y es allí donde radica su virtuosismo artístico.

A Rejtman le gusta hablar de artificio cinematográfico así como también de naturalismo representativo. Sin bien son dos conceptos que podrían oponerse, el realizador logra aunarlos en su aplicada retórica. Por un lado, se empeña en develar la magia fílmica cada vez que con algún guiño concreto, habla directo a su audiencia y marca su presencia casi como si estuviera sentado junto a cada uno de sus espectadores comentando la escena. Como por ejemplo en el plano en el que Mariano sale del boliche: en una pantalla dividida con simétrica perfección aurea, por izquierda Mariano camina hacía la perspectiva y se aleja; y por derecha, en un cartel luminoso se puede leer believe. La palabra inglesa significa creer y es el propio Rejtman el que habla y se anticipa. Confíen en mí, los invito a mi mundo, podría ser su mensaje.

Por otro lado, prefiere retratar situaciones de extremo naturalismo en donde despojados de barrocas puestas en escena sus personajes representan acciones cotidianas de personas de una clase media un poco achatada. Los diálogos cargados de información, tal vez, irrelevante y con un ritmo casi sin puntos ni comas, los parlamentos se vuelven tragicómicos, pura catarsis de personajes sin motivaciones. Y es aquí donde la ambigüedad juega un rol fundamental. ¿Cómo puede Rejtman hablar de naturalismo cuando lo primero que salta a la vista es una sensación de distanciamiento y artificialidad?

De hecho puede hacerlo porque es el marco de verosimilitud construida en relación a su visión del mundo el que lo habilita a manipular elementos del lenguaje audiovisual que en otras filmografías quedarían inconexos u erróneos. Justificación injustificada o sin necesidad de ser argumentada, la retórica de Rejtman crea situaciones absurdas en el contexto de la cotidianeidad. Es oportuno recordar que no concibe al cine como un dispositivo de verdad sino como un engranaje para crear ficciones en tiempo presente. “Una película es un artificio, nunca un reflejo de la realidad, porque en la película uno tiene la posibilidad de sintetizar, seleccionar y juntar cosas que en la vida real nunca se juntarían”, dice el realizador.

Dueño de un indiscutible don discursivo y habilidad técnica, Rejtman vuelve a la pantalla grande con una película que viene a recordar aquel mundo en donde sin ánimos psicologistas, las acciones suceden porque si y desprovistas de causalidades; en donde los personajes son intercambiables y con posibilidades yuxtapuestas; y en donde la superficialidad rasante de su temática y puesta en escena, muestran escenas ficcionales de un tiempo, tal vez, nunca vivido.

Por Paula Caffaro
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