Dos días, una noche

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Desprotegida. Frágil. Endeble. Dolida. Abrumada. Así comienza a desandar los pasos de Sandra la actriz Marion Cotillard en “Dos días, una noche” (Francia, Bélgica, Italia, 2014) un sentido filme de los realizadores Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne, y que pese a cierta demora en su estreno local, el mismo celebra la decisión de la distribuidora de no cancelarlo y acercarlo a los espectadores con aún más urgencia que en su momento lo hubiese hecho.
En “Dos días, una noche” Sandra quiere volver a trabajar luego de una licencia relacionada a depresión y algún otro mal posmoderno y que un par de pastillas, previa consulta al psiquiatra, tan solo terminan por alivianar alguno que otro síntoma.
A su regreso a la empresa se encuentra ante una disyuntiva planteada por sus empleadores, sabiendo de su potenciales “problemas” a futuro se han adelantado a la vuelta ofreciéndole a sus compañeros un “bono” de fin de año sólo si ella finalmente no es reincorporada.
Tiránica lógica la que plantea la situación, que ubica a los proletarios en un lugar de decisión y toma de postura ante el hecho de una mujer, casada, con hijos, que tuvo que preservar su salud mental y no puede regresar a su trabajo tal como lo quería hacer.
Allí los Dardenne desbordan poética, y también ética, con límites claros y específicos que no hacen otra cosa que desnudar el descarnado sistema económico y laboral, que termina enfrentando a los compañeros de trabajo en vez de unirlos ante los embates que sufren.
Formalmente “Dos días, una noche” es una película pedestre, austera, que potencia el recurso de la palabra por sobre la puesta en escena, que la hay, pero que claramente no termina por manifestarse de manera artificiosa, sino, todo lo contrario.
En la interpretación de Cotillard (sublime), de esa mujer que debe hablar con cada uno de los involucrados, incluyendo a los empleados, empleadores y sindicatos, la crudeza y el efecto de “naturalidad” del registro fílmico, hay una línea lábil que la emparenta con el documental social, aquel que contempla pasivamente, pero que en este caso, claro está, se toma partido por una de las partes en conflicto, un conflicto tan artificial como la explotación y los atropellos de la economía liberal.
“Dos días, una noche” duele, porque habla de la falta de compasión y comprensión con la que a diario nos movemos sin reparar en la presencia del otro, y justamente en ese mostrar nuestro comportamiento es en donde más fluye el cine.
Cuando Sandra comienza a percibir cada vez más lejos su meta. Cuando en la cara a los gritos le hablan de una realidad que no podrá cambiar y que la podría ayudar a sanar rápidamente de sus dolencias espirituales, es cuando los Dardenne construyen el punto más alto de la película.
Y cuando la solidaridad aparece, como en el caso de esa compañera que decide abandonar a su marido para ponerse a su lado y ayudarla en la difícil tarea de convencer con argumentos sólidos y no mentiras infundadas a los otros compañeros, la esperanza en que todo se puede llegar a cambiar florece.