Dos días, una noche

Crítica de Diego Papic - La Agenda

La nuca de Marion Cotillard

Los hermanos Dardenne vuelven a retratar a la clase trabajadora con cámara en mano, pero esta vez en una historia con aires de thriller.

Los hermanos Dardenne no inventaron esto pero transformaron el recurso en su marca personal: su cine es un cine de nucas. La cámara en mano sigue a los personajes, que invariablemente caminan y hablan, hablan y caminan. Generalmente son mujeres o niños, siempre frágiles, pero con los años su cine se volvió más luminoso, sin perder la melancolía. Su película que más me impresionó sigue siendo Rosetta, la primera que ví y la que los lanzó al mundo con la Palma de Oro en Cannes ‘99. Sin dudas fue por la novedad y la rigurosidad de una película que funcionaba como un mazazo. Pero los Dardenne se fueron complejizando con el correr de las películas sin abandonar nunca su poética y llegaron, creo yo, a una síntesis con Dos días, una noche.

Al cine de nucas, de personajes frágiles y diálogos realistas en apariencia sencillos y vulgares, se lo carga con una historia mucho más redonda que en otros casos, que tiene una progresión dramática más definida y que funciona casi como un thriller. Algunos incluso la compararon con A la hora señalada o Doce hombres en pugna.

¿Los Dardenne haciendo cine de género? No, tanto no. Pero en Dos días, una noche hay un personaje que tiene un objetivo claro y un tiempo breve para cumplirlo (adivinaron: dos días y una noche, un fin de semana). Se trata de Sandra (increíble Marion Cotillard, nominada al Oscar por este papel), una mujer que después de una licencia por enfermedad es despedida de la fábrica donde trabaja. Su jefe les propuso a sus compañeros la posibilidad de echar a Sandra y que cada uno cobre un plus de mil euros por hacer el trabajo que ella hacía. Hubo una votación: sólo dos votaron a favor de que Sandra conserve su trabajo y los otros 14 optaron por el plus de mil euros. Ese viernes Sandra convence a su jefe de que vuelvan a hacer la votación el lunes, y el fin de semana recorrerá la casa de cada uno de sus compañeros para convencerlos de que voten por ella y renuncien a los mil euros extra.

En un principio, la premisa parece un poco tirada de los pelos y uno adivina que la cosa puede ir para el lado de películas del estilo de Recursos humanos o El empleo del tiempo: una mirada crítica al mundo de las relaciones laborales. Pero claro, con un punto de partida bastante sesgado y artificial. Quiero decir: no es muy común que un jefe haga elegir a los empleados entre un aumento de sueldo o un compañero.

Pero los hermanos Dardenne no son ningunos tontos y la película usa ese argumento apenas como anzuelo para darle a Sandra un propósito y a la película una tensión. La crítica está implícita -como en todas sus películas, siempre pobladas por personajes de la clase trabajadora- pero el conflicto tiene escala humana: al final los temas son el individualismo y la solidaridad más en el sentido amplio que en el contexto de una fábrica y de relaciones laborales.

Pasaron casi quince años de aquel verano en que ví Rosetta en una sala del Abasto. Cinco películas después, los Dardenne mantienen la coherencia de una forma asombrosa y, si bien ya no sorprenden ni son tan contundentes, sus películas son más complejas, más ambiciosas y, en el caso de esta última, más amigable.