Dos días, una noche

Crítica de Carolina Taffoni - La Capital

Finalmente llegó a la cartelera local “Dos días, una noche”, la última película de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne (“La promesa”, “El silencio de Lorna”), por la cual Marion Cotillard recibió una justa nominación al Oscar como mejor actriz (los Oscars de febrero pasado). Los cineastas belgas vuelven a concentrarse aquí en las miserias del mundo laboral, que ya habían visitado con éxito en “Rosetta”, y hacen foco en el eslabón más débil de esa cadena: una mujer que viene de sufrir una fuerte depresión y que, cuando va a reincorporarse a su trabajo, se encuentra con que va a ser despedida, salvo que sus compañeros acepten renunciar a un bono extra anual de mil euros. Sandra, la protagonista, apenas tiene fuerzas para atender a su familia y depende de los tranquilizantes para afrontar cualquier situación. Sin embargo, su marido y un par de amigos la animan para que trate de convencer a sus compañeros de que no la dejen en la calle. Con cámara en mano, una narración rigurosa y un naturalismo extremo, los Dardenne muestran a través de los ojos de Sandra ese recorrido por los suburbios de la clase trabajadora del primer mundo, con personajes arrastrados por un sistema perverso, un universo plagado de mezquindades, prejuicios, necesidades y culpas. Los directores no juzgan a sus personajes, y tampoco transforman a su protagonista en una víctima. Y ese es uno de sus mayores aciertos. El espacio para las contradicciones está abierto, sin trazos gruesos ni bajadas de línea, y el espectador es interpelado por un cine potente y humanista. Marion Cotillard le pone el cuerpo a esta mujer desesperada y maneja a la perfección todos sus matices, desde esa línea del principio (“Yo no soy nada, no existo”) hasta el último gesto del final.