Doctor Strange: Hechicero supremo

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

A la altura de las mejores de Marvel

La película inicial de este nuevo superhéroe comienza siendo todo un disfrute.

No es una regla infalible, pero suele cumplirse: las película de iniciación de los superhéroes suelen ser las mejores. No sabemos qué le deparará el futuro al Dr. Strange, pero este primer capítulo, donde se cuenta cómo el neurocirujano Stephen Strange se transforma en un Vincent Price volador, de capa y poderes mentales, está a la altura de las grandes producciones de Marvel.

Doctor Strange está a tono con los tiempos que corren: en la era de la neurociencia transformada en la nueva autoayuda, he aquí un neurocientífico que encuentra la iluminación en el Tíbet y le da un vuelco a su vida, combinando sus rigurosos conocimientos previos con la apertura del tercer ojo. Manes, Bachrach y compañía lo adorarán. Aquí se habla tanto de neurotransmisores como de chakras, de energía, de espíritu: “Los Vengadores protegen al mundo de amenazas físicas. Nosotros, de amenazas místicas”, le explican al azorado Strange en el monasterio tibetano antes de su mutación. ¿Suena a cachivache? Pues no.

De hecho, lo más disfrutable de la película está en todo lo que ocurre ahí, en las montañas asiáticas. Mucho tiene que ver con el poder de la elegancia británica: Tilda Swinton, la mentora, y Benedict Cumberbacht, el aprendiz, forman una dupla perfecta. También, con que hay buenas dosis de humor -con las referencias pop habituales en Marvel- intercaladas con las enseñanzas filosófico-espirituales. Algunas de las cuales son más interesantes de lo que aparentan: “Los pensamientos le dan forma a la realidad”, dice la mentora.

Otro punto a favor es que las peleas, ese ingrediente tan ineludible como tedioso en este tipo de películas, son bastante novedosas. De impronta psicodélica, tienen una estética que recuerda a Escher (como en Origen, de Christopher Nolan, los edificios se hunden, los planos giran y el suelo pasa a ser el techo), a Fantasía, de Walt Disney (hay una increíble capa con vida propia) y a los dibujitos animados más delirantes de Looney Tunes. Para sintetizar la combinación de acción y misticismo de Dr. Strange, quizá baste con contar que hay un combate entre dos cuerpos astrales.

Lo que falla es el villano. Kaecilius (Mads Mikkelsen, el danés de la serie Hannibal y La cacería) nunca parece una amenaza real: aquí quizá se les fue la mano con los chistes (después de todo, esto no es una comedia como Deadpool). Por eso, la segunda mitad de la película, en la que Dr. Strange debe salvar a la humanidad, no está a la altura de su etapa de aprendizaje. No se la puede tomar en serio. Lógico: la verdadera lucha de este superhéroe místico es contra su ego.