Dioses de Egipto

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

Mitología en buenas manos

Dioses de Egipto es una adaptación libre y entretenida de los mitos.

Si había alguien indicado para filmar una película como Dioses de Egipto ese era Alex Proyas. Nacido en Alejandría, Egipto, en 1963, Proyas tiene incorporada la mitología de su país en su ADN. Se hizo famoso en la década de 1990 con dos joyas de culto obligatorias para cualquier cinéfilo: El cuervo (1994) y Dark City (1998). La primera es la adaptación de los comics homónimos de James O’Barr, que cobró fama de maldita después de que en pleno rodaje muriera accidentalmente Brandon Lee, el hijo de Bruce Lee. En la segunda nos entrega un filme de ciencia ficción noir en el que demuestra una cabal comprensión de los géneros que pone en juego.

Y ahora se mete con las mitologías y leyendas de la antigüedad, un género difícil y siempre maltratado que mezcla aventura con péplum. Antes que nada es necesario hacer un breve árbol genealógico para que se entienda mejor la historia. Ra, dios del Sol, tiene dos hijos: Osiris, dios de la vida; y Seth, dios del desierto. Osiris tiene un hijo, Horus, dios del aire, quien está en pareja con Hathor, diosa del amor. Osiris designa nuevo rey de Egipto a Horus. En la ceremonia de asunción, Seth llega del desierto y mata a su hermano Osiris delante de todos y le saca los ojos a su sobrino Horus. El ambicioso y tirano Seth asume el poder.

Los dioses no tienen sangre (por sus venas corre oro líquido) y viven mezclados con los mortales, quienes son sus esclavos. Bek es un joven mortal, ladrón experto, que está de novio con Zaya, su gran amor. Bek y Zaya son los que ayudarán a Horus a recuperar sus ojos para luchar contra Seth.

En el medio está la aventura, con escenas de acción potentes y delirantes y personajes a la altura de las circunstancias, como Tot (el dios de la sabiduría, que aquí es negro y superficial), Apofis (el caos), Anubis (el dios funerario) y la Esfinge, entre otros.

Proyas hace lo que quiere con la mitología egipcia, a la que por momentos tergiversa introduciendo sutiles cambios. Y que todo esté como explicado para dummies es otro gran acierto.

Dioses de Egipto es buena porque es un entretenimiento de más de dos horas que no decae un segundo, porque su director asume una libertad enorme y porque se da cuenta de que la estética empleada, los efectos especiales y los planos no pueden ser de otra forma. Todo tiene que ser inverosímil. Proyas es inteligente y hace coincidir la puesta en escena con la historia que cuenta.