Diagnóstico esperanza

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Período villa villa

Una película que transcurre en una villa urbanizada, protagonizada por villeros y dirigida por un villero, César González, que fue pibe chorro, pasó cinco años preso y, pese a todo, logró rehacer su vida.

Diagnóstico esperanza es una ficción que puede verse como documental: lo interesante es espiar la vida cotidiana en el barrio Carlos Gardel (cercano a Caseros, en el oeste del Gran Buenos Aires), con sus personajes autóctonos y su propia jerga (el subtitulado es un acierto que podrían imitar todas las películas argentinas). Están los pibes que cumplen con el “deber ser chorro” -gran definición de González-, la madre de infinitos hijos que se la pasa gritándoles y vendiendo droga para mantenerlos, el rasta vegetariano que trata de mantenerse alejado del contexto violento, el niño que sueña con ser cantante, el vendedor ambulante de medias que anhela, la ñata contra el vidrio, ropa deportiva de marca.

Esta mirada antropológica permite sobreponerse a las desprolijidades técnicas y unas cuantas actuaciones flojas que le restan fuerza a la ficción. Es una historia de marginalidad, protagonizada por policías y delincuentes -y también un clasemediero cuya máxima aspiración es veranear en Pinamar-, que parece sacada de un noticiero o de algún programa seudoperiodístico. Pero que, a diferencia de lo que muestra la mayoría de los medios, permite llegar a la conclusión de que la tan mentada “inseguridad” es un fenómeno que responde a la desigualdad social y a la falta de oportunidades de un amplio sector de la población. Y que no parece solucionarse con más policía, cárcel y leyes duras, sino otras herramientas. Esta película es la prueba de que el arte -y de ahí la “esperanza” del título- puede ser una de ellas.