Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca

Crítica de Jessica Johanna - Visión del cine

Se estrena una pequeña gema: Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca. Un documental sobre una travesía inconclusa a la que necesitan darle el cierre que se merece, y un retrato sobre la amistad y la importancia de ser fiel a lo que uno es y lleva consigo.
“El montañismo hace tiempo que dejó de ser un deporte para mí. Es una forma de vida, una necesidad”. Así lo describe Christian Vitry pero esa misma sensación es la que comparte este grupito de locos enamorados de las montañas.

La idea de Darío Bracalí junto a Guillermo Glass y su grupo de amigos con los que compartía esa misma pasión era hacer una película sobre el ascenso a una de las catorce montañas del Himalaya que superan los ocho mil metros de altura. Pero, allá por el 2008, las cosas no terminan sucediendo del modo esperado y tras enfrentarse a una odisea que les presenta obstáculos que comienzan a separarlos y a hacerlos desistir de llegar al final, Darío se pierde, nunca vuelve. Esto lleva a Guillermo a abandonar el proyecto durante muchos años hasta que, probablemente por la necesidad de darle un cierre, se anima a reunirse con sus amigos y terminar la película.

Dirigida por Guillermo Glass junto a su socio Christian Harbaruk y escrita a seis manos por ellos y Juan Pablo Young, Dhaulagiri… retrata esa travesía inolvidable, que dejó muchas huellas, tanto visibles como no, y al mismo tiempo reúne a estos amigos no sólo a través de los testimonios sino de una reunión final mucho más simbólica que otra cosa.

Seguramente sin habérselo propuesto así en un principio, lo que iba a ser una película de un viaje, de una aventura, se termina convirtiendo en un retrato sobre la amistad, con algo de existencialismo dando vueltas, el viaje principal termina siendo interno. Con imágenes tan bellas como impactantes y un registro más bien intimista, estamos ante un documental que nunca pierde interés y sabe conmover de una manera genuina y natural, sin tener que recurrir a golpes bajos ni lugares comunes. Al registro, en especial el realizado en las montañas, se lo percibe siempre muy auténtico.

Más allá de la tragedia que lleva a retomar este proyecto, lo cierto es que el film respira optimismo y un amor hacia la vida lleno de entusiasmo. Porque ellos se sienten vivos al dejar que sea su pasión, -este modo de vida que a tantos nos puede parecer tan ajeno e imposible-, lo que los mueva. Traiga las consecuencias que traiga, porque a la larga ningún tipo de vida garantiza nada. Para ellos el sentido está en el ascenso a esas montañas, aunque a veces no puedan explicar por qué es así. Una pregunta tan compleja como la del sentido de la vida.