Después de la lluvia

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Entre la esperanza y la rabia

Salvador de Bahía, 1984. Brasil está saliendo de veinte años de dictadura: Tancredo Neves, el presidente electo, está por asumir el poder. El clima de primavera democrática se expande por todo el país: la sensación de que un futuro mejor es posible sobrevuela a toda la sociedad. Pero Caio no parece contagiarse de ese entusiasmo: mientras en su colegio secundario preparan la elección de delegados estudiantiles, él y su grupo de amigos anarquistas denuncian a la democracia como una farsa para sostener el sistema capitalista. Y el despertar político de Caio coincidirá con su despertar amoroso.

Como buen adolescente, Caio siente que no encaja en el mundo. Ni en el de los adultos -es ignorado por sus padres y reprobado por sus profesores- ni en el de sus pares, a los que desprecia por aniñados. Sólo encuentra refugio entre jóvenes que son unos años mayores y fuman marihuana, escuchan música punk, tienen una radio pirata. Todo transcurre en una Bahía atípica, lejos de la postal turística de playas, carnaval, negritud y sexualidad a flor de piel: aquí se muestra una ciudad más apagada, un tanto sórdida, infestada de la neurosis de blancos de clase media.

Después de la lluvia es una clásica película de iniciación. Basada en los recuerdos juveniles de Claudio Marques, uno de sus directores, refleja los sentimientos contradictorios de la adolescencia y los pone en correspondencia con el clima de época: tanto en Caio como en el Brasil de entonces van a la par la esperanza y el desencanto, el entusiasmo y la rabia. Ese paralelismo entre el despertar a la vida del protagonista y el del país luego de años de represión es un tanto obvio. De todos modos, el espíritu de la época está bien reconstruido: con imágenes de archivo, la película logra recrear esa atmósfera efervescente que se vivió aquí durante los primeros años del alfonsinismo. Pero la perspectiva histórica es inequívoca: ya se sabe que lo que pasó, en Brasil y en el mundo, tras ese periodo de optimismo. Por eso, aunque sobrevuelan las ganas de cambiar todo, flota la sospecha de que no va a cambiar nada.