Desearás al hombre de tu hermana

Crítica de Catalina García Rojas - Visión del cine

En Desearás al hombre de tu hermana, el director Diego Kaplan y la escritora Erika Halvorsen revolucionan la sexualidad femenina liberándola de los mandatos sociales. Una historia llena de excesos y melodrama pero donde los hombres, finalmente, están al servicio del placer de las mujeres.
La sexualidad, tal como la conocemos, es una construcción social configurada por un modelo heteropatriarcal. Basta con abrir cualquier revista o mirar una película porno comercial para comprenderlo. En este modelo el placer de la mujer se invisibiliza y se presenta como construido para los hombres. Desde la infancia los mandatos sociales construyen sus cuerpos a partir de dos ángulos: la represión y la hipersexuación. Por un lado, se anula la sexualidad activa de la mujer y por el otro se exacerba su potencial erotizante al servicio del placer del hombre.

Gracias al movimiento feminista y al cambio de época, cada vez son más los que luchan por la liberación de los cuerpos de las mujeres y por romper con estas estructuras sociales. Una tarea difícil, pero urgente. Es por esto que sorprende que a Desearás al hombre de tu hermana se la califique como una película para mayores de 18 años. Cuando es una historia que visibiliza el despertar sexual de la mujer y que además invierte los roles asignados.

¿Por qué es tan perturbador ver a una mujer empoderada y sin pudor para desear? El sexo explícito por el que tanto reniegan no es muy distante al que aparece hoy en día en la televisión y en el cine. En cambio películas como Bañeros 3, donde aparece el cuerpo de la mujer completamente cosificado y a disposición del hombre, es apta para todo público y destinada a hacer reír a toda la familia.

Desde el principio, Halvorsen escribió el guion pensando estrictamente en las mujeres. Su idea era representar la sexualidad femenina sin miedos ni censura, adentrándose a la curiosidad y al deseo desde un plano más liberador y sin tabúes. Sus personajes exploran su erotismo y su placer desde el autodescubrimiento sin la necesidad de depender de un hombre.

La historia se sumerge en plena década del setenta, enfocándose en la relación de dos hermanas: Lucía (Mónica Antonópulos) y Ofelia (Carolina Ardohain). Su vínculo siempre fue distante y competitivo, cada una vive su cuerpo y su sexualidad desde dos perspectivas. Lucía no es capaz de desear y Ofelia desea demasiado. Esta rivalidad entre ambas se observa también en el vínculo con su madre (Andrea Frigerio). Luego de años sin verse, las hermanas se reencuentran en su antigua casa para celebrar el casamiento de Lucía con Juan (Juan Sorini). La llegada de Ofelia con su novio Andrés (Guilherme Winter) perturba la estabilidad del hogar y la relación de los recién casados. La atracción sexual entre Juan y Ofelia es el disparador para que viejos fantasmas renazcan y para que, una vez más, las hermanas se enfrenten. Las dos están destinadas a desear al mismo hombre.

La esencia de la película es la exageración, desde las actuaciones hasta los diálogos. Todo es absurdo, pero a eso apunta. El hecho de que ocurra todo en los setenta ayuda para generar ese clima que, por momentos, recuerda a las películas de la gran Coca Sarli con su fiel director Armando Bó.

La intención de Kaplan no es incomodar sino mostrar un contenido donde el sexo es explícito, la tensión sexual está presente en cada minuto y los desnudos frontales están a cargo de los hombres. Ellos ahora son los objetos. El contexto político de la época también está presente con la llegada de la famosa píldora anticonceptiva que significó una verdadera liberación para ese entonces. La madre se las da a sus hijas comentándoles que estas pastillas del amor están prohibidas. En plena conversación, mira a la cámara y pronuncia “algunos gobiernos no nos quieren ver gozar”. Una frase que resuena en la actualidad, ya que el aborto todavía no es legal y las mujeres no pueden decidir sobre sus cuerpos.