De vuelta al deseo

Crítica de Paula Vazquez Prieto - La Nación

Tras el sorpresivo éxito de la película 365 días (2020), producida en Polonia pero con aires internacionales y gestada en la pandemia como nicho de cine erótico de las plataformas (en ese caso, Netflix), llega una nueva apuesta en la misma sintonía, ahora destinada a las salas de cine. De vuelta al deseo asume como eje un triángulo amoroso entre una jueza prestigiosa, su hija rebelde y un buscavidas italiano a la espera de un viaje a Brasil. La idea de lo “prohibido” radica en la diferencia de edad entre la magistrada y su amante (quince años, según se repite varias veces), el prestigio amenazado por su posible parcialidad en un juicio que lo tiene a él como testigo, y el conflicto entre madre e hija que se reduce a reclamos de abandono y desatención. Lo que se dice un melodrama desangelado y conservador, filmado sin fuerza ni exuberancia, plagado de los peores clisés y los diálogos más cursis jamás escuchados.

Mientras 365 días y sus secuelas asumían con mayor honestidad el espíritu de explotación sin creerse más que una extendida publicidad de paisajes y cuerpos desnudos envuelta en una trama sexista y anacrónica, De vuelta al deseo aspira a una seriedad que la precipita hacia el ridículo.

De hecho mientras el galán Simone Susinna exhibe sus músculos y sus sonrisas sin pudor, la actriz Magdalena Boczarska intenta animar las emociones de un personaje que existe como mero arquetipo de una viuda de 45 años que vive las fantasías sexuales con la misma culpa de una monja de clausura. Y el director Tomasz Mandes retoma los planos aéreos con drones de 365 días, las escenas de sexo con desesperantes ralentís y ofrece las peores soluciones visuales para una historia que tiene más de mala consciencia que de cualquier forma de erotismo.