Cuestión de tiempo

Crítica de Casandra Scaroni - Cinemarama

Una vida menos ordinaria.

La comedia romántica es, injustamente, un género vapuleado. Digo injustamente porque al mismo tiempo, con la honestidad de sus lugares comunes y con esa ligereza que tanto se subestima (como si narrar liviano fuera algo fácil de lograr), es también uno de los más generosos en esa complicada labor de “hacer sentir bien”. Porque ese “sentir bien” poco tiene que ver con una versión edulcorada de la vida. No se trata de alejarse de toda emoción real, todo lo contrario: es más como ir de visita a la casa de un amigo, de esos que siempre tienen una palabra amable. Una sensación de confort, de estar en casa.

Y si hay alguien que sabe cómo moldear esos mundos en los que chica conoce chico, ese es Richard Curtis. El director de Realmente amor y guionista de Notting Hill y Cuatro bodas y un funeral ( por nombrar algunas), parece ser un experto artesano en películas de esas que no se pueden dejar pasar en el cable, aunque ya se hayan visto una veintena de veces y se puedan repetir los diálogos de memoria. Los suyos son personajes cargados de humanidad,con sus torpezas e inseguridades a cuestas, y esa es quizás la razón que los hace tan queribles: miren si no a la esposa desilusionada que es Emma Thompson en Realmente amor aguantarse las lágrimas mientras escucha Joni Mitchell luego de descubrir que su marido la engaña, o a la banda de amigos de Hugh Grant haciendo malabares para entrar todos en un auto y acompañarlo a recuperar el amor de la famosa Anna.

En Cuestión de tiempo, su última pelìcula, también hay, por supuesto, una chica a conquistar (la siempre sonriente y bella Rachel Mc Adams), y también el protagonista es un chico torpe e inseguro (Domhnall Gleeson, el colorado de Anna Karenina, adorable) pero esta vez la cuestión romántica se resuelve rápido, sin enredos y con mucha fluidez. Es que acá la cosa va por otro lado, como se deja ya bien claro desde el título: la cuestión acá es el tiempo, o mejor dicho el paso del mismo. No solo por lo evidente: el protagonista y todos los hombres de su familia pueden viajar hacia su propio pasado y modificarlo si lo desean, sino también porque, al igual que otra gran película como Marley y yo, la de Curtis nos hace testigos del paso del tiempo en la vida de sus personajes. De sus decisiones y sus consecuencias, sí, pero también de esas pequeñas delicias que hacen de esta vida ordinaria algo extraordinario.