Corazones de hierro

Crítica de María Inés Di Cicco - La Nueva Provincia

La guerra, enfocada en lo humano

"Corazones de hierro" brinda un testimonio de la transformación del hombre en circunstancias extremas.

Hace tiempo que Brad Pitt dejó de ser el muchachito carilindo. Se diría que a poco de sus inicios pegó fuerte en la pantalla a partir de su talento y el constante esfuerzo por crecer en su interpretación.

A 25 años de sus primeras apariciones televisivas, queda claro que el actor y productor se puede colgar sobre los hombros el cuadro de situación de una película, tal cual sucede con Corazones de hierro, de David Ayer.

Título romántico, el elegido para la distribución en castellano de este filme que lleva por original el de Fury, arrebato, bravura, furia, rabia, saña, violencia, todas sensaciones, impulsos, sentimientos que experimentan los personajes de este filme que transita por los rumbos de los clásicos bélicos de otros tiempos.

'Bible', el hombre religioso, casado y fiel a su familia pese a la distancia (irreconocible Shia LaBeouf), 'Gordo' García, el chicano que no falta (Michael Peña) y el campesino bruto, 'Coon-Ass' Travis (Jon Bernthal) vienen sirviendo al ejército de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, siempre a las órdenes de Don "Wardaddy" Collier (Pitt), un líder que es garantía de supervivencia, más allá de sus duros métodos.

Y allí cae Norman (Logan Lerman) en el epílogo de un conflicto que se cobró cuerpos y almas de miles por una causa mayor, entre esos cuatro tripulantes de un tanque "moderno" dentro de los escasos recursos. Ahí cae, Norman, un mecanógrafo, para hacerse cargo del volante y para aprender que está allí para matar nazis o morir.

Sobre ese camino interior transita este filme que no ahorra escenas crudas; no las juzga, ni las avala, y simplemente muestra a cada quien tratando de lidiar como puede con las circunstancias extremas a las que se ven sometidos sin voluntad ni previo aviso.

Y en esas transformaciones, la que Pitt produce a su personaje resulta la voz cantante, con sus certeros cambios de tensión y algunas revelaciones de las que sólo la platea es testigo.

El héroe a fuerza de urgencia e ingenio -y procurando salvar, si puede, lo que le queda de humanidad- prevalece por sobre el hombre de bronce que usualmente propone Hollywood. No logra desterrarlo del todo, pero el intento vale.

Un extra merece el trabajo técnico, desde la dirección de arte que puso empeño en dar con las características de armas y época, hasta la puesta en escena y la fotografía de las batallas entre tanques y los imponentes sobrevuelos de las numerosas cuadrillas de aviones.