Corazones de hierro

Crítica de Diego Papic - La Agenda

Victoriosos y derrotados

‘Corazones de hierro’ no brilla demasiado en su parte bélica, sí en su parte dramática.

La cartelera de cine está tomando envión para la seguidilla de estrenos que se viene de películas nominadas al Oscar y hoy apenas hay una más o menos considerable que, sin cucardas ni apellidos rutilantes -salvo el de Brad Pitt-, alcanza como para mitigar la ansiedad y saciar nuestra sed de cine.

Se trata de Corazones de hierro, de David Ayer, conocido por su anterior -y muy buena- película En la mira, por haber escrito el guión de Día de entrenamiento y por ser el director de Suicide Squad, una de las películas del Universo DC que se va a estrenar el año que viene con la esperanza de empardar un poco a las mucho más exitosas franquicias de Marvel. Pero Corazones de hierro no tiene nada que ver con los superhéroes: los protagonistas son “apenas” héroes malheridos y repletos de falencias.

Estamos en abril de 1945 en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes ya perdieron pero el Führer dio la orden de que hasta la última mujer y niño defienda la nación del avance de los Aliados. En este panorama, una patrulla norteamericana avanza por el terreno enemigo. A pesar de que pertenecen al lado ganador, los soldados no se sienten victoriosos. Inmersos en un ámbito de muerte y a merced de unos nazis que ya no tienen nada para perder, marchan en su tanque -apodado “Fury”, de ahí el título de la película- lenta y trabajosamente, pisando cadáveres embarrados y tratando de encontrar a Dios.

Algunos compararon a Corazones de hierro con Rescatando al soldado Ryan y debo confesar que yo mismo pensé en la película de Spielberg mientras la veía, pero hay que decir que pensé en ella por oposición: temáticamente es parecida pero es tanto menos hábil en las escenas de acción que la comparación la mata.

Acá también nuestros héroes están cerca de la victoria -la película de Spielberg empezaba casi un año antes, durante el desembarco en Normandía- y son un grupo heterogéneo que representa de alguna manera las distintas vertientes de América. Wardaddy (Brad Pitt), el sargento que comanda a los demás, se parece un poco más a su personaje de Bastardos sin gloria que al de Tom Hanks en la película de Spielberg: es un bruto -uno lo imagina redneck en su país de origen- que disfruta matando nazis indefensos, lejos de la bondad extrema de Hanks.

Sin embargo, y siendo un poco más ecuánimes, Corazones de hierro tiene poco que ver en su ritmo y en su estética con Rescatando al soldado Ryan. Ya desde la primera escena, Ayer pareciera querer marcar la diferencia: a la larga secuencia del desembarco en Normandía, caótica, extrema y frenética, Corazones de hierro le contrapone un soldado solitario que se materializa en el horizonte, que trota con su caballo blanco entre la muerte y la desolación, y de pronto es acuchillado por un sobreviviente que aparece de atrás de un tanque.

Como película bélica, Corazones de hierro es correcta, quizás abusa del CGI -los tanques, inexplicablemente, disparan balas que parecen rayos láser- pero la fotografía del ruso Roman Vasyanov y algunas ideas de Ayer la hacen interesante. Lejos de un Spielberg genial e inspirado, pero un escaloncito arriba de las demás películas bélicas.

Lo más interesante, sin embargo, es la relación entre Wardaddy y Machine (Logan Lerman, el protagonista de Las ventajas de ser invisible), un soldado inexperto que se niega a ser bestial como le pide su superior. Las escenas de tensión entre los dos están entre lo mejor de la película.

Corazones de hierro no va a quedar en la historia, y probablemente el futuro de David Ayer esté más atado al resultado de Suicide Squad que a otra cosa, pero no está mal como placebo mientras esperamos la avalancha de películas nominadas al Oscar que empieza la semana que viene con los estrenos de Francotirador y Whiplash - Música y obsesión.