Contrarreloj

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

Un maldito ladrón en Nueva Orleans

A estas alturas, la mirada magnética y maníaca de Nicolas Cage puede equipararse sólo a la de Mel Gibson: su presencia fílmica nunca es gratuita. El cuerpo y las expresiones y la convicción con que Cage encarna a sus personajes más recientes se asemeja a la cruzada impredecible de Clase B que lo tiene en cintas de superhéroes demoníacos (Ghost Rider y su secuela), delirios medievales (Cacería de brujas) o desquiciados filmes “de autor” (Un maldito policía en Nueva Orleans, de Werner Herzog).

Ahora, en Contrarreloj, su inquieta aparición en pantalla grande se fusiona con un filme de acción mediocre, reacio a las posibilidades del género. Cage es Will Montgomery, un dotado ladrón de bancos y archienemigo rutinario de la policía de Nueva Orleans que acaba de salir de una condena de 8 años de prisión. Si bien su objetivo es abandonar los peligros de toda carrera ilegal, el rapto de su hija a manos de su antiguo compinche Vincent (Josh Lucas) lo lleva a quebrantar nuevamente las barreras de seguridad de un banco, en busca de un tesoro millonario.

Así, entre persecuciones a toda velocidad y golpes y balaceras, el ladrón a la fuerza Montgomery sigue desesperadamente a Vincent mientras la policía, simbolizada en la figura del anodino comisario con sombrero Tim Harlend (Danny Huston), lo sigue a él. De fondo, una postal turístico-carnavalesca del Mardi Gras neorleano hace de tumultuoso contexto oportuno para una película que se desarrolla a “contrarreloj” (las 12 horas que le canta Vincent a Montgomery antes de matar a su hija) en una jornada.

Como pasaba con Cacería de brujas, Contrarreloj coquetea con tics exploitation pudorosos (musiquita de thriller años ’70, súbitos zooms en primer plano) sin jugársela del todo. Si hasta se queda corta en esa (auto) parodia policial a lo Martillo Hammer, evidente en ese ridículo enemigo rengo, idiota y poco creíble que es Vincent. El filme de Simon West termina siendo más bien una mera variante bonachona y moralmente negativa del Bryan Mills rescata-hijas que ha hecho célebre Liam Neeson. El final, un torpe ¡plop!, se agradece por ser el último.