Colette: Liberación y deseo

Crítica de Nicolás Ponisio - Las 1001 Películas

La vida de la más grande novelista de la literatura francesa de comienzos del siglo XX es llevada a la pantalla grande en un film que a simple vista puede llegar a pasar bastante desapercibido. Pero son las vivencias narradas de Sidonie-Gabrielle Colette (Keira Knightley) las que brindan una mirada acerca de la mujer detrás de su obra. La historia toma como punto de partida el momento en el cual Colette contrae matrimonio con Willy (Dominic West), un experto en arte que se jacta de sus conocimientos y contactos dentro del ambiente artístico parisino. Colette incursionará de apoco en el arte literario a medida que vaya descubriendo la clase de persona que su marido es, alguien que peca a través de su vanidad y sus actos de infidelidad escudándose detrás de justificaciones tales como que los hombres son así, que pertenece al sexo débil. De esta manera, lo que comienza como una colaboración entre marido y mujer, donde queda en evidencia que es ella quien deposita su vida en los relatos que escribe, dará a luz a al exitoso personaje literario Claudine.

Colette y Claudine son prácticamente la misma persona, siendo que las historias del personaje de ficción funcionan como reflejo de la experiencia de vida de su autora. Si bien el mundo que rodea a su esposo se encuentra cargado de la vanagloria y superficialidad, es a través de la mirada personal de la autora sobre ese mundo y de las personas afines a ese ambiente, que Colette forja su personalidad y gustos siendo fiel a sí misma y en contraposición con la mirada condenatoria del contexto de la época. El personaje se empieza a descubrir como mujer y con ese descubrimiento el film desarrolla paulatinamente temas de sumo interés que surgen como concatenación de su experiencia de vida. Como bien figura en el título, la liberación y deseo de Colette se refiere a la exploración sexual femenina y en como ello se antepone a la homofobia y el machismo tan propio de la época, pero que tampoco se aleja demasiado de la actualidad. Así como Claudine es un reflejo de Colette, los temas tocados se mantienen aún vigentes en nuestros tiempos.

En una de las primeras escenas del film, Willy realiza una crítica negativa respecto a una obra teatral, acusándola por el exceso melodramático que posee. Como si se tratase de un metamensaje, el film sufre de algo similar. Los conflictos padecidos por Colette, como el hecho de vivir a la sombra de su esposo y de una obra que le fue robada intelectualmente por él (algo que ya se pudo ver también en Big Eyes de Tim Burton), sufren variantes dentro de los distintos hechos pero llegado un punto comienzan a sentirse como una reiteración de lo mismo, lo cual hace que los mismos resulten de una extensión por momentos agotadora. A pesar de ello, y gracias al nivel interpretativo de Keira Knightley, la fortaleza de una mujer como Colette y la forma en que vivió su vida y su arte funcionan de manera inspiradora —como mujer y como artista.

En sus últimos años, Colette rememora su vida con una frase célebre de la autora: “¡Qué vida maravillosa he tenido!, ojalá me hubiera dado cuenta antes”. El film de Wash Westmoreland encuentra su importancia y lugar en la cinematografía justamente haciendo que el espectador moderno pueda llegar a conocer y entender a una mujer que, fuera del contexto literario y la cultura francesa, no es muy reconocida. Por mucho tiempo, su personaje Claudine estuvo ligado a la falsa autoría de Willy. En cambio, Colette es un film que lleva por título el nombre de la verdadera autora y, por ende, le otorga el reconocimiento que dicha mujer merece. La misión de uno como espectador es prestarle la debida atención a esta película y evitar que se pierda entre un sin fin de otros nombres que pululan en la cartelera.