C'mon c'mon: Siempre adelante

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

Pequeñas esperanzas

Un periodista de radio viaja con su sobrino pequeño por unos Estados Unidos en blanco y negro en “C’mon C’mon”.

Dejar hablar al otro, al afuera, al porvenir, para descifrar así una silueta, una singularidad en el reflejo. Es la noble tarea que emprende Mike Mills en C’mon C’mon, filme de tabique débil entre ficción y documental en el que el director inglés invoca una paternidad oblicua en el vínculo entre tío y sobrino, que encarnan Joaquin Phoenix y Woody Norman.

En el papel del periodista radiofónico Johnny, Phoenix recaba testimonios reales de niños por distintas ciudades estadounidenses mientras arrastra al pequeño Jesse en la tarea. Ambos establecen un vínculo basado en la convivencia de hotel, los paseos y las charlas íntimas, a la vez que interrogan a futuras generaciones sobre ecología, familia, urbanismo y pareceres profundos.

Aunque no faltan momentos de ternura, en su pasaje de época en blanco y negro C’mon C’mon acarrea un aura pesada, taciturna, evidente en los problemas de Johnny: duelo materno, separación reciente, incluso una profesión que se percibe avejentada en el presente de conexión instantánea.

Él comparte asimismo afligidos diálogos telefónicos con su hermana Viv (Gaby Hoffmann), que le endilgó a su hijo porque ella debe hacerse cargo de un marido bipolar (Scoot McNairy).

"C´mon, C´mon", con Joaquin Phoenix.
Se estrena “C’mon C’mon”, con Joaquin Phoenix: preguntas difíciles sobre la familia
No es difícil comprender que el clan oficia de espejo planetario con sus fobias, incertidumbres y abismos comunicacionales. El duelo de Johnny es tanto por el pasado como por el futuro agónico, y que el largometraje haya sido rodado unos meses antes de la pandemia recrudece el tono premonitorio.

Lo atractivo del filme (y que puede resultar irritante para algunos) es que no prueba superar estos conflictos, sino que los emula con su lógica. En vez de levantar un típico drama lacrimógeno o de plantear un documental de intervenciones potentes, Mills lo disuelve todo en improvisaciones, fragmentos, seudopersonajes, cuestionarios intercambiables y postales paisajísticas.

El loop colectivo que impide que haya hoy en el mundo experiencia, iniciación, crecimiento –Jesse no es más que un Johhny niño, y viceversa– es el melancólico impulso de C’mon C’mon a evadirse en planos rápidos, repeticiones (Jesse se pierde varias veces ante la desesperación del tío) y sinsentidos: los protagonistas son honestos cuando se dicen “bla, bla, bla” o cuando Jesse tira del labio balbuceante de Johnny.

“Ni siquiera te conozco. ¿Por qué mi madre me hizo venir contigo?”, llega a señalar el niño. Esa inocencia perturbadora de gestos leves es lo que permite cicatrizar, andar, sembrar un presente en el pasado y el futuro marchitos.