Cicatrices

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

INSTINTO ETÉREO

Encerrada en sí misma y con el cuerpo cada vez más descolorido, casi traslúcido, Ana encarna al espectro que vaga sobre la Tierra con una tarea pendiente. Repite de manera automatizada las acciones cotidianas como preparar la comida, ir a su local de arreglo de ropa o acostarse y siempre, antes de salir, acomoda un pequeño adorno de caballos y echa un vistazo al espejo. Por costumbre, como un tic o, tal vez, una invocación silenciosa para romper con el sofoco. Si bien la mirada parece ausente, por momentos está muy alerta: espía desde las rendijas de la ventana a los chicos en la calle o vigila la entrada/salida del hospital para saciar su deseo de verdad. Una verdad negada durante 18 años. ¿Dónde está el cuerpo de Stefan? ¿Realmente nació muerto o la médica, los policías y el mismo Estado la engañaron desde el principio?

Según la placa final, Cicatrices se basa en hechos reales que confirman el robo y la adopción ilegal de niños tras la guerra que dividió a Yugoslavia. Una operatoria donde doctores y enfermeras avisaban a los padres que sus hijos habían nacido muertos o con alguna deformidad, les prohibían verlos alegando traumas y, unos días más tarde, les notificaban el fallecimiento. Mientras que los registros oficiales presentaban fallas y/o contradicciones en los datos personales o con parte de la información duplicada, los casos denunciados quedaban truncos y las búsquedas familiares o a través de asociaciones eran abandonadas.

Miroslav Terzic plasma ese bucle asfixiante gracias a un trabajo en capas. Desde lo temático incorpora gradualmente aspectos del funcionamiento familiar de la protagonista en sintonía con los estados anímicos. Por ejemplo, la primera vez que ella se levanta está sola en la cama. Al rato, el marido llega a la casa y conversa sobre la jornada de trabajo nocturno. Hacia la última parte del metraje, el matrimonio comparte el lecho. Desde lo visual construye planos cortos cerrados –en especial, medios, primeros planos y detalle– con colores pálidos o mediante el juego de luces y sombras entre el interior de las viviendas y el exterior. También a partir de la vestimenta holgada de Ana en tonos marrones o azules reforzando la idea fantasmagórica.

Y desde lo sonoro aumenta o aplaca sonidos de acuerdo a la perspectiva y reflexiones de la mujer o a través de diálogos más o menos expresivos. Tal es el caso del ruido ensordecedor de la máquina de coser dentro de la tienda, las charlas cotidianas entre padre e hija frente a la parquedad de la madre o el silencio en la calle cada vez que Ana camina absorta en sus pensamientos. De hecho, la lenta progresión hacia el sonido ambiente de algunas escenas genera una suerte de dos realidades paralelas: el mundo y el universo íntimo de ella que, sin pedir permiso, intenta apropiarse del otro para atraparlo y absorberle la esencia.

La búsqueda de la verdad con información fragmentada, las amenazas tanto verbales como físicas y la esperanza como motor conllevan a nuevas especulaciones y teorías. ¿Cómo separar la fantasía de lo real? ¿De qué forma influye el deseo? ¿Es cierto que en el detalle se encuentra la clave? El director juega con esta posibilidad hasta el último minuto sin aventurarse a una respuesta única. Quizás la plegaria dio sus frutos.