Chicas armadas y peligrosas

Crítica de Laura Dal Poggetto - Función Agotada

Solas contra todos

En Chicas Armadas y Peligrosas no hay féminas indefensas que esperan a un príncipe azul a que las rescate de una torre, ni un grupo de amigas confidentes cuyas preocupaciones principales pasen por los zapatos Manolo Blahnnik y los solteros codiciados del downtown financiero, ni mucho menos hay un montaje con una canción pop de fondo mientras alguna pasa por un makeover que destaque que debajo de esa peluca y anteojos había una mujer hermosa después de todo. Creo que eso queda bastante claro en el título local de The Heat. Tampoco son un grupo de las Suicide girls en una sesión de fotos pro-Asociación Nacional de Armas. Las chicas de Chicas Armadas y Peligrosas, primero que nada, no son "chicas": son mujeres. Segundo, están enfocadas en sus carreras como la agente del F.B.I. Ashburn (Sandra Bullock) y la detective Mullins (Melissa McCarthy) de la Policía de Boston, es decir, en atrapar criminales.

Ser mujeres y decididas son dos cosas que sus colegas masculinos no les dejan pasar. Sumado al carácter fuerte de cada una, resulta que no se llevan bien con sus compañeros. Y en un principio -cuando les toca trabajar juntas, muy a su pesar, para desbaratar una red de narcotráfico en Boston- tampoco entre ellas. En la primer parte de Chicas Armadas y Peligrosas entra en juego el clásico del género cop y buddy: la pareja de opuestos. Ashburn como la puntillosa sabelotodo que va siempre por derecha y Mullins quien tiene más calle y recurre a la fuerza bruta... un 95% del tiempo. El personaje de Bullock es la prima pulcra de su Miss Simpatía (pre makeover), quien aprende que las cosas no siempre tienen que hacerse a su manera. La actriz ya tiene en su haber otras neuróticas obsesivas y no pone particular énfasis en distinguir a su Ashburn de ellas. Por su parte, McCarthy carga con la mayor parte del humor físico (como siempre), aunque en esta ocasión también del costado más emocional del film. En ambas tareas se destaca, logrando todavía no repetirse (como su co-equiper, quien tiene unos veinte roles cinematográficos más en su haber).

Sin embargo, tanto Bullock como McCarthy construyen la química entre sus personajes como las excelentes profesionales de la comedia que son (y con ello suplen a la película una buena parte de lo que es una buddy/cop movie). Por su lado, el director Paul Feig maneja la dinámica de comedia y acción (el porcentaje restante de lo que hace al género) con la misma fluidez y sentido de la aventura que cuando se mete en un mundo de personajes femeninos, tal como lo lograba en Damas en Guerra. A diferencia de esta última película, Feig no tiene como base de trabajo un guión con protagonistas delineadas de forma multidimensional. Katie Dippol diseñó a sus personajes tan toscamente como los tacleos del personaje de Mullins a sus sospechosos a arrestar. Pero el trabajo de Feig-Bullock-McCarthy logra que uno hasta deje pasar el sub argumento alrededor de la familia de Mullins; un estereotipo de familia irlandesa bostoniana clase media-baja, con burlas a sus acentos incluidas, que a los espectadores locales puede llegar a interpelar más por el lado de los códigos dentro de un núcleo familiar que por los palos a caricaturas suburbanas de Los Infiltrados (de Scorsese) y que incluye a una Jane Curtin (una de las primeras integrantes femeninas de Saturday Night Live) desaprovechadísima.

La violencia está presente a lo largo de todo el film; en principio estrechamente relacionada a los gags físicos: golpes y sacudones por parte de Mullins a hombres que recurren a prostitutas cuando en casa los esperan sus esposas o a dealers de poca monta, ruletas rusas con los genitales de sospechosos bajo interrogación, traqueotomías improvisadas y sangrientas que Ashburn cree capaz de realizar como parte de su servicio a la comunidad. Mismo entre ellas, como un componente de su relación incipiente (casi como una versión del amor duro que en el mainstream americano queda más reservado a las amistades masculinas). Pero a medida que Chicas Armadas y Peligrosas entra en su segunda hora, en un acierto del guión muy hábilmente explotado por Feig, se sube la apuesta y la violencia en la respuesta de los villanos a los intentos del dúo protagonista por atraparlos pone en primer plano el riesgo que efectivamente ellas corren en sus tareas diarias: éste es su trabajo y, si bien pueden no salir indemnes a la situación, son capaces de manejarlo. También sirve como catalizador para que superen ciertas diferencias y finalmente sus personajes encuentren su dinámica como pareja profesional, una dupla que incita a querer verlas resolviendo más casos (así como en los '80 veíamos a las detectives Cagney y Lacey en la serie de TV homónima, semana a semana).

Chicas Armadas y Peligrosas es el raro caso de una comedia donde la segunda mitad es más interesante que la primera, cuando el común denominador en el género es que arranquen con premisas interesantes y se vayan desinflando. En este caso se parte de un planteo trillado y situaciones predecibles, dentro de una estructura narrativa típica de "pareja dispareja" que pasa por los momentos de choque, unión, distanciamiento y reencuentro. Lo interesante y válido de la propuesta es el hincapié que Feig, Dippold, Bullock y McCarthy realizan en plantear a dos protagonistas mujeres que no dudan en tomar las armas para demostrar su igualdad ante los hombres.

Son ellas contra el mundo masculino: tanto el de la organización de narcotraficantes como el de sus propios colegas que insisten en ponerles trabas. Y éste es el verdadero peligro que representan (por lo menos para los que quieren que las cosas sigan como en los años '50).