Cenizas del pasado

Crítica de Paula Caffaro - CineramaPlus+

ESCENAS DE UN CINE FÍSICO

El tópico de la venganza no es un tema original para la vasta trayectoria de la historia de la cinematografía. Muchos son los filmes que logran hacer de este repertorio temático el eje no sólo de su narración sino también de su estética, como si el tema “venganza” fuera una especie de código genérico. Entonces, es ahí donde, en general, las películas que tratan este tópico pierden el atractivo de la innovación. En Cenizas del pasado (Blue Ruin) esto no sucede; y así, el filme cobra autenticidad, dinamismo y profundidad.

Dwight (Macon Blair), un hombre que vive en forma indigente, se entera que el asesino de sus padres pronto quedará en libertad. Tras conocer la noticia comienza a realizar (con ingenuidad y desconocimiento) un plan que tiene como objetivo vengar la sangre de su familia. Para ello deberá conseguir armas y con coraje aprender a manipularlas, pues, él nunca antes las ha usado. Embarcado en una road movie poética, Dwight ira visitando aquellos personajes con los que alguna vez tuvo algún tipo de relación en la búsqueda de advertirlos, pero también con la necesidad de afecto, una charla amena y una taza de té.

Es importante el té, porque el protagonista de Cenizas del pasado es un asesino amateur, entonces según las reglas del genero, debería tomar cerveza o whisky (la rudeza de muchos de los roles de asesinos se ve materializada a través de la ingesta de dichas bebidas) pero Dwight toma té. Este detalle es esencial para la construcción de un personaje que manifiesta su pathos por dos vías: una es aquella por la que la narración avanza: hay una venganza que llevar a cabo, pero la otra es la estilística y cinematográfica propiamente dicha, cuando a través de la imagen se presentan los caracteres de un personaje que sufre una transformación personal.

El periplo errático del protagonista es la característica más destacable de la película porque pone en evidencia las dos vías antes mencionadas: la necesidad técnica del relato y la muestra de humanidad de Dwight, un personaje cuyo plan de venganza sucede también en su cuerpo. Cada vez que da un paso, es decir, cada vez que se encuentra más cerca del objetivo, a cambio recibe una herida más profunda en su cuerpo. Y en este constante desmembramiento físico es que se mueve la evolución de esta narración que prima lo estético, para contar una historia de venganza nueva, esas que se recuerdan por su originalidad y su frescura.

De fotografía impecable y con diálogos medidos (y justos), el filme construye un mundo solitario e introspectivo, donde cada elemento de la puesta en escena significa. Como por ejemplo, al comienzo de la película, cuando Dwight sube a su auto y, mientras que va tras el camino de su objetivo, éste dobla desviándose, pero Dwight continúa por la ruta donde un cartel de señalización advierte: “One Way”, único camino. Presagio intencional, el destino del protagonista está marcado, porque no sólo planea dar muerte, sino que ya cometió el error que signará su suerte.

Por Paula Caffaro
@paula_caffaro