Carlos

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Retrato de un hombre de acción

¿Terrorista o revolucionario? ¿Mercenario o idealista? Esas preguntas surgen cada vez que se menciona el nombre de Carlos (nacido Illich Ramírez Sánchez), el famoso guerrillero venezolano, a quien se le atribuyeron decenas de atentados en las décadas de 1970 y 1980. Por fortuna, Carlos, la película de Olivier Assayas producida originalmente como una miniserie televisiva de cinco horas, no trata de despejar las incógnitas. Muestra a un hombre de acción en acción. La única ideología explícita es la que sale de la boca de los personajes.

Carlos, interpretado soberbiamente por Edgar Ramírez, también venezolano, es el foco obsesivo de esta biografía no autorizada que se presenta a sí misma como una ficción, aunque esté sostenida por una minuciosa investigación periodística y atravesada por un espíritu documental, manifiesto en las imágenes de noticieros y portadas de diarios que aparecen de forma intermitente durante la narración.

La película recorta 20 años de la vida de Carlos, desde su supuesto primer atentado, fallido, contra el dueños de las tiendas Marks & Spencer, en Londres, a fines de 1973, hasta que lo detienen en África los servicios secretos franceses, en 1994. No es fácil renunciar a todo juicio moral, menos cuando se muestra la conducta de un hombre dispuesto a matar por lo que él considera una causa justa, en este caso la liberación palestina. Olivier Assayas lo consigue mediante el recurso de una cámara tremendamente versátil, que se incorpora al relato como una especie de ojo sin conciencia, un órgano de transmisión visual, dispuesto a ver todo en vivo y en directo.

Colabora con su propósito casi quirúrgico la frenética actividad de Carlos como terrorista internacional. Son muchos atentados, persecuciones, viajes, entrenamientos, operaciones, reuniones, negociaciones políticas y económicas, los que debe comprimir en el relato. Casi como un principio formal, el cineasta francés evita los puntos muertos, las zonas grises, cualquier variante de inercia cinematográfica o dramática. Incluso para narrar los momentos en que las células terroristas están latentes durante años, a la espera de una próxima misión, elige las pequeñas tormentas cotidianas provocadas por un discusión conyugal, una fiesta pasada de alcohol o un acto sexual. Claro que todo es acompañado por una banda sonora que actúa como un estimulante sensorial (New Order, Wire, entre otros).

Se sabe que al verdadero Carlos, encerrado en la cárcel de la Santé, en París, no le gustó ni el guión ni la película, y le escribió una carta al actor compatriota que lo representa diciéndole que no debería haberse vendido a la causa imperialista. Nunca es fácil verse a sí mismo en otro y seguramente él tiene más de una razón concreta para no reconocerse en este retrato. Es cierto, la película no hace nada en favor de él como persona, ni como soldado revolucionario, ni siquiera trata de comprenderlo, sólo le sigue los pasos, y al seguirlo reconstruye ficticiamente el mundo que hizo posible que un hombre como Carlos fuera real.