Capitán América: Guerra civil

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

La tercera entrega se sostiene solamente por sus escenas de acción y los pocos momentos de humor. Una película que abusa del efecto sorpresa.

Si se prescinde de las escenas de acción y de un par de momentos humorísticos, a Capitán América: Guerra civil podría calificársela con el escudo de su personaje principal: una estrella. Por suerte incluye esos pasajes y así el filme cumple con lo mínimo como para satisfacer al espectador conformista.

El estudio Marvel podría haber hecho su gran película. Tenía todo para lograrlo, contaba con sus personajes centrales (aunque faltan Hulk y Thor) para montar una verdadera guerra civil épica. Sin embargo, esta tercera entrega se parece más a una alargada transición que a una película sólida y aplastante como se esperaba.

La trama se centra en el enfrentamiento inverosímil entre el equipo de Iron Man y Capitán América. El motivo de la discordia y la división es un acuerdo que las Naciones Unidas piden que firmen, los famosos Acuerdos de Sokovia (El Acta de Registro de Superhumanos), que tienen como fin controlar a los Vengadores. Ya se sabe, un gran poder conlleva una gran responsabilidad y ese acuerdo implica limitar el poder de los superhéroes, ya que en cada batalla que libran para salvar al mundo, mueren inocentes.

Si firman, Naciones Unidas se encargaría de decidir cuándo y cómo actuar. Tony Stark (Robert Downey Jr.) está de acuerdo, básicamente porque lo carcome la culpa por haber matado a un inocente. Steve Rogers (Chris Evans) se opone porque va en contra de la verdadera función de los Vengadores. Es la independencia lo que les da sentido. Surgen las asperezas, las fricciones, los desacuerdos, las disputas.

La película tiene un prólogo ambientado en 1991, con el escape de El Soldado de Invierno (Sebastian Stan). Luego vuelve al presente, a una típica situación de espía, de personajes mirando por ventanas, hablando en voz baja, anunciando el peligro inminente. Los Vengadores están en Wakanda (esa nación africana ficticia del Universo Marvel Comics), a punto de desempolvar los trajes y dar inicio al enfrentamiento contra unos mercenarios. Esa primera secuencia es de lo mejor del filme, por su acción física, porque cada golpe se siente, vibra.

Lo malo de los productos de Marvel es que apuestan mucho por la sorpresita. Son películas destinadas a espectadores más preocupados por el spoiler que por el cine, por el “qué pasará” y el “quién aparecerá” que por el cómo se cuenta una historia.

El filme desaprovecha su tema principal, que es el que gira alrededor del acuerdo, reduciéndolo a un enfrentamiento tibio entre los Vengadores que jamás llega a tener tensión dramática, ya que son amigos y nunca se van a hacer verdadero daño. Lo mejor son los pocos momentos graciosos que entregan Tony Stark y Peter Parker (a cargo de Tom Holland).

Capitán América: Guerra civil está llena de “momentos sorpresa”, como si el cine fuera una piñata. Cinematográficamente es monótona, plana, con dos horas y media innecesarias. Si hubieran dejado sólo las escenas de acción, habría resultado una película consistente. Los rellenos se notan, cansan, despiertan el bostezo del público.