Candomberos de dos orillas

Crítica de María Bertoni - Espectadores

“Es la espiritualidad del pueblo africano, de gente transplantada de forma terriblemente violenta desde su continente madre a un lugar desconocido, a una cultura desconocida. Para llegar al candombe tenemos que pasar por ahí”, advierte la música e investigadora uruguaya Isabel Chabela Ramírez. Y Ernesto Gut hace justamente eso en su documental Candomberos – De dos orillas : en palabras de la única entrevistada mujer, el realizador aborda esta manifestación cultural como un fenómeno “mucho más profundo que la cadera y los senos de una vedette, que las piernas de la bailarina, que el sonido del tambor”.

Aunque Ramírez y otros entrevistados recuerdan la porción de pasado colonial que comenzó con la llegada de los primeros barcos negreros a los puertos de Montevideo y Buenos Aires, Gut ciñe su trabajo de reconstrucción histórica al período que se extiende de mediados del siglo XX a la actualidad. En términos más precisos, se concentra en el recorrido temporal y geográfico del candombe desde la conformación de los barrios Sur y Palermo en tanto cuna de la cultura afro-uruguaya hasta el presente porteño o bonaerense de los uruguayos de ascendencia africana que escaparon de la dictadura de su país natal, a partir de 1973.

La diversidad de testimonios constituye una de las principales virtudes del film. De hecho el realizador entrevistó tanto a músicos y luthiers especialistas en candombe como a referentes de otro palo: el multifacético cantautor Pedro Conde; el fotógrafo, ensayista, crítico de cine Álvaro Sanjurjo Toucon; el periodista, ilustrador, escultor Jorge Pistocchi (QEPD).

Un segundo acierto radica en el hallazgo de material de archivo utilizado para ilustrar los recuerdos en torno a la vida en el conventillo Mediomundo, a la rivalidad entre las comparsas Morenada y Fantasía Negra y entre los estilos Cuareim y Ansina, a ciertos referentes como Martha Gularte y el apenas mencionado Rubén Rada. Por si este trabajo resultara insuficiente, Gut también recurre a la animación de dibujos como aquél devenido en afiche del film.

De los 110 minutos que dura el largometraje, los primeros 70 plantan bandera en la orilla montevideana. La constatación alimenta la sensación de que la primera parte de la película es más suculenta que la segunda; acaso otro documental –una suerte de secuela– aborde con más detalle el proceso de adaptación de los uruguayos candomberos a Buenos Aires.

“No podemos saltear la Historia y decir que es un ritmo alegre, porque el candombe surgió como un grito de liberación” sostiene Ramírez ante cámara. Estas palabras dejan explícita la arista política de un largometraje que desliza planos generales de –por ejemplo– paredes que resisten desalojos y reivindican el derecho a la vivienda digna. Sin dudas, Candomberos… aborda mucho más que las diferencias entre los tambores chico, repique y piano.