Café Society

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Woody Allen tiene su Lobo de Wall Street. Café Society es la historia de Bobby (Eisenberg), otro alter ego de Allen: un judío de Brooklyn que viaja a Los Ángeles en los años 30 para probar suerte en la industria del cine. La idea de Bobby es conseguir el padrinazgo de su tío Phil (Steve Carell), un exitoso representante de actores. Una vez en LA, deberá lidiar con el ego de Phil y con una inesperada rivalidad amorosa en torno a la bella Vonnie (Kristen Stewart), mientras su hermano Ben (Corey Stoll) se enriquece gracias a la mafia y fundará el cabaret que da título al film. ¿Qué conviene más? ¿Ser un mafioso de Broadway o un entrepreneur de Hollywood? Allen retorna a algunos de sus tópicos: la atmósfera jazzy, NYC versus LA; pros y contras de ser judío; enriquecimiento bajo cualquier término. Si la gracia del estereotipo es uno de sus fuertes, aquí aparece de un modo desparejo. Quizá lo mejor del film sea la dirección artística de Vittorio Storaro, el primero en introducir fílmico digital en la filmografía de Allen. Storaro estiliza los momentos más rutilantes, haciendo énfasis en el glamour de la época. Las escenas en el café tienen una dinámica cautivante, de la que el director parecía haberse olvidado. Los diálogos, en comparación, resultan rudimentarios. Ben dice que va a arreglar los problemas de un familiar, al modo de Vito Corleone, pero sigue una secuencia que vuelve al diálogo redundante. Igualmente exigido resulta el problemático trío de pasiones entre tío, sobrino y Vonnie. Allen dista de ser ampuloso, pero deja las cosas en claro. Pese a esos excesos (de fábrica), Café Society tiene un ritmo atractivo y todas las marcas de estilo que dejarán satisfechos a los fans del director de Manhattan.