Cacería macabra

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Invitados a una carnicería honesta

No deja de ser saludable que en medio de una avalancha de películas que exploran el lado paranoramal, sobrenatural o satánico del terror, alguien levante la mano para decir que no hay nada más terrorífico que el ser humano. Esta vez le ha tocado a Adam Wingard (director y actor del mejor episodio de la reciente Crónicas del miedo 2) ser el emisario de esa antigua verdad.

Ya hay suficientes personas malas en el mundo como para sumarles demonios, espíritus y fantasmas, parece suponer Cacería macabra, y desde la primera escena, antes de los títulos, muestra casi todas las cartas con las que jugará la sangrienta partida del suspenso. Ese acto de honestidad brutal, sólo traicionado en dos o tres situaciones burdas, tendrá sin embargo un precio muy alto en términos de credibilidad y de desarrollo de la trama.

Es que en vez de mirar a los ojos la maldad humana y extraer de ella la sustancia más oscura, lo que hace Wingard es enfocarse en el efecto de carnicería de esa maldad, aunque no tanto en la sangre y en las mutilaciones (que las hay, por supuesto) sino especialmente en el enfrentamiento entre víctimas y verdugos. Lo que equivale a reducir el conflicto de ambiciones y celos fraternos más o menos tácito que presenta la historia a una serie de combates cuerpo a cuerpo.

No es mucho lo que puede contarse del argumento de Cacería macabra sin revelar su clave. Todo ocurre en una vieja casona en medio del campo, donde una familia millonaria se reúne para celebrar los 35 años de casados de los padres. Los hijos (tres varones y una mujer) traen a sus respectivas parejas, y ya en la primera cena juntos son atacados por un grupo de hombres con máscaras de animales (el máximo símbolo que concibe el director para ilustrar la ferocidad humana: un zorro, un tigre y un carnero).

Desde ese momento, todo el suspenso se reduce a saber quién será la próxima víctima, lo que el título original en inglés –You're the next (Sos el siguiente)– expresa con la contundencia de un eslogan letal. Pero salvo una o dos escenas, ninguna de las formas de matar resulta demasiado ingeniosa como así tampoco las formas de defenderse, porque en otro acto de honestidad suicida Wingard prefiere mostrar a los asesinos como seres bastantes estúpidos, lo que tal vez sea cierto en la realidad, pero en una ficción siempre es decepcionante.