Bumblebee

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

Un robot desmemoriado

En un giro en la estrategia de mercado, la última entrega de la saga fílmica de Transformers, Bumblebee (2018), apela al público más infantil y adolescente en una precuela de las películas dirigidas por el especialista en escenas de acción y gran enemigo de los relatos coherentes, Michael Bay, un verdadero terrorista del cine capaz de destruir cualquier historia. Mientras que en los anteriores cinco films de Bay la acción parecía cobrar una inusitada preeminencia por sobre la trama, creando una sensación de batalla perpetua sin ningún correlato, aquí la guionista Christina Hodson le imprime el característico sello nostálgico de los años ochenta que puso de moda la serie Stranger Things para crear una historia anodina, innecesaria, previsible y francamente demasiado aburrida.

A punto de ser derrotado en la guerra por el control del hogar de los robots que se transforman, Cybertron, el líder de los Autobots, Optimus Prime envía a uno de sus más fieles lugartenientes, B-127, a la Tierra con el fin de instalar un puesto de avanzada para la resistencia que sostiene en el exilio la lucha contra los Decepticons, liderados por Megatron. La trama se centra en la relación de Bumblebee con una joven de dieciocho años, Charlie (Hailee Steinfeld), afligida por la prematura muerte de su padre hace un par de años. La chica entabla amistad con el Transformer que no puede recordar su misión y se comporta tímidamente como un niño miedoso y juguetón. Ella lo esconde, lo ayuda y le enseña a comunicarse a través de letras de canciones, ya que el robot ha perdido la capacidad de hablar y su función de memoria en una batalla con humanos y un Decepticon apenas ingresado en el planeta Tierra.

Como en las otras entregas, el descubrimiento de la tecnología que se aplicaría años después como Internet y la confluencia de datos es endilgada a la cooperación del ejército norteamericano con los Decepticons, que se aprovechan de los humanos para encontrar al renegado Autobot amarillo con el fin de descubrir la locación de Optimus Prime y destruir la resistencia. Ambos sacan provecho así de la tecnología del otro en una sinergia que denuncia las complicidades bélicas y puede aplicarse a muchas alianzas militares de la historia reciente en una operación demasiado redundante a esta altura.

Sin aportar mucho a la historia de Transformers ni apelar a la nostalgia de los fanáticos de la serie animada de los ochenta basada en los juguetes de Hasbro, a su vez creados a partir de los juguetes japoneses de la fábrica Takara, Bumblebee prefiere asentarse en la melancolía de finales de los años ochenta, donde se sitúa la acción, con constantes canciones de la época de bandas como The Smiths y Duran Duran, entre otras, y menciones a films como El Club de los Cinco (The Breakfast Club, 1985), todos iconos de la cultura pop de la década que le sirven al director para construir la historia de una adolescente con una pequeña necesidad de aventura que se manifiesta en un carácter levemente rebelde.

El film de Travis Knight no intenta imitar a los de Michael Bay sino crear su propia historia, al igual que los repetitivos spin-off de la saga de Star Wars, lamentable sin demasiado éxito, desaprovechando todo lo que otros films que homenajean a los años ochenta consiguen a través de la música y los guiños cinematográficos y culturales. Los problemas son precisamente la repetición de escenas de films como E.T. El Extraterrrestre (E.T. The Extra-Terrestrial, 1982), por nombrar una obra muy similar que también trabaja la historia de un humano que esconde a un ser de otro planeta, y la falta de credibilidad de una trama que claramente no necesita de los Transformers ni de sus batallas absurdas. Hasta ahora Transformers parece mantener su carácter de producto destinado al fracaso rompiendo fórmulas que otrora funcionaron, esta vez con un espíritu un poco más apto para todo público pero igualmente insulso.