Brooklyn

Crítica de Beatriz Iacoviello - El rincón del cinéfilo

Camino a la libertad

"Brooklyn" es una vieja fotografía recatada de un albún de recuerdos, es un retroceso en el tiempo que de modo implícito nos ubica en otra realidad. Nada en la película tiene lugar en el presente, pero todo en él se desarrolla como si una corriente invisible ligara al espectador con el imaginario de los personajes. Al igual que su fuente literaria (la novela de Colm Toibin), la producción, dirigida por John Crowley ("Boy A", 2007), y escrita por Nick Hornby, se percibe como el resultado de la investigación en la vida de una generación anterior, que al pasar las páginas cada recuerdo se transforma en una acción, dando movimiento a la historia.

En “Brooklyn” se narra la vida de Eilis, una chica provinciana, tímida, que llega a los Estados Unidos en 1951, gracias a la ayuda del sacerdote, Padre Flood (Jim Broadbent) que oficia en la congregación irlandesa. En Brooklyn, Eilis renta un cuarto en una pensión a cargo de una matriarca, Mrs. Keogh (Julie Walters), y que a la vez comparte con otras mujeres jóvenes.

Al poco tiempo de establecerse en Brooklyn, Eilis Lacey (Saoirse Ronan) – la jovencita que es el principal interés y razón de ser de la película – conoce a Tony Fiorello (Emory Cohen), y se enamora. Van de excursión azotados por el viento y mientras caminan por la hierba en Long Island, como todo enamorado Tony genera planes para el futuro desde una visión muy idílica en la que le presenta una bonita casa y un negocio de plomería familiar próspero: una vida tranquila y feliz más allá de los estrechos confines de la ciudad.

“Brooklyn” dota a sus personajes con deseos y aspiraciones, y examina el pasado con la curiosidad de una mente abierta y no con sentimentalismo. El paisaje urbano de Nueva York poco tiene que ver con los paisajes irlandeses que son entre románticos, bucólicos y austeros. En él hay tranvías, casas de huéspedes, edificios y grandes almacenes a un lado del océano, tiendas ordenadas y pubs con paneles oscuros en el otro. También hay un montón de reglas y expectativas de los jóvenes, y de las mujeres en particular. Eilis no experimenta estas normas como indebidamente opresivas. Son semejantes a lo que está acostumbrada y también, por tanto, son la condición de su libertad.

Ella sale de su casa no para huir de la violencia política o la pobreza extrema - como millones de inmigrantes anteriores de Irlanda y de otras partes de Europa hicieran –, sino para escapar de la estrechez y oportunidades limitadas de su ciudad natal. Ella deja atrás a una madre (Jane Brennan) y una hermana mayor (Fiona Glascott), y soporta los mareos en el barco que la lleva a Nueva York y la nostalgia, en aras de un horizonte mejor.

Las calles de Brooklyn no están pavimentadas con oro, pero hay una habitación en una casa de piedra rojiza y un puesto como empleada de ventas que espera a Eilis cuando arriba a ese nuevo mundo. Ella está asesorada por el sacerdote, atendida por una casera de lengua afilada (Julie Walters) e instruida en los caminos de la feminidad de americana por su supervisora en el trabajo (Jessica Paré) y por las demás residentes de la pensión.

La verdadera razón es que Saoirse Ronan no hace más que cumplir la promesa inicial de "Expiación" (“Atonement” dirigida por Joe Wright en 2007) y aquella niña temerosa pasa a ser una actriz increíblemente inteligente, para transformarse en una intérprete cuya imagen en la pantalla adquiere notable fuerza y sensibilidad. En la novela, Eilis cobra vida a través de la finura de la prosa de Toibin, un devoto seguidor de Henry James, que registra las fluctuaciones del clima interno del personaje con precisión etérea.

La interioridad es un gran reto para los realizadores. El rostro humano es tanto una pared, así como una ventana. Las palabras pierden su poder si no encuentran quien las articule con sensibilidad. Todo depende de la capacidad de los actores para comunicar los matices de un sentimiento y las fluctuaciones de la conciencia. Y Saoirse Ronan utiliza todo - su postura, sus cejas, su aliento su cuerpo, sus manos, sus dientes, sus ojos – para transmitir un proceso de cambio que es a la vez sísmico y sutil. Eilis está en movimiento, y hasta cierto punto en el limbo, atrapada entre dos etapas de la vida y dos concepciones de diferentes de mundos. Al final de "Brooklyn " ella ya no es quien era cuando comienza el filme.

Si bien “Brooklyn” puede parecer una cursi historia de amor, la realización adquiere importancia a través del crecimiento de su personaje, Eilis, y de todas las subtramas que tienen relación con el entorno social de aquellos años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Es una película que reconoce lo complejo de las interacciones humanas que a veces se mueven a través de los fuertes lazos familiares, tanto en el mundo irlandés como en el italiano o el neoyorquino.

Todo en la película de Crowley se cierne sobre el desempeño de Saoirse Ronan como Eilis. Una y otra vez el director y su director de fotografía Yves Bélanger regresan a los primeros planos de Ronan; las emociones más pequeñas se mueven a través de su cara y son claramente legibles. Lo que el espectador sentirá con “Brooklyn” es que se encuentra frente esquemas cinematográficos de los ‘50 (movimientos de cámara suaves, lentos, elegantes, con el foco en detalles de época, y valores altos de producción en la reconstrucción de época), a la que además se le agregan precisión psicológica y especificidad emocional.

“Brooklyn” en realidad es la imagen de una mujer que a mediados de siglo XX debe escoger su camino en la vida. En su viaje de ida y vuelta, su conducta es sorprendentemente ingenua, testaruda, incluso un poco engañosa. Y esos rasgos contradictorios, al final, es lo que permite que su personaje sea memorable.